ENHART
José Luis Vivar
En una entrevista con el escritor y
periodista Plinuo Apuleyo, el Nobel Gabriel García Márquez aseguraba que los
rusos son seres muy sentimentales, lo cual, para quienes crecimos con los
clichés de Hollywood, no creíamos que pudiera ser verídico dado, que, en la
pantalla, los moscovitas eran siempre presentados como seres despiadados, vengativos
y fríos, sin rasgos empáticos. La visión de los estadounidenses y sus aliados
pronto contagió con estos prejuicios a la cinematografía de otros países
–incluido México-, y se volvió algo común ver a los rusos no solo como enemigos
potenciales del sistema democrático y capitalista, sino como personas
equivalentes a un témpano de hielo.
Por fortuna, después de la caída
del Muro de Berlín y de la disolución de las repúblicas que integraban la ex
URSS, Rusia tumbó la cortina de hierro y se abrió al mundo para mostrarse como
un país que no tenía solo defectos sino también virtudes, y que entre sus
vastísima expresión cultural estaba la tradición cinematográfica que conocíamos
a través de grandes directores como Kuleshov, Vértov, Eisenstein, Tasrkovski,
por citar solo unos cuantos, y que continuaba vigente con otras generaciones,
cuya temáticas eran atractivas como cualquiera de los títulos que se ofertan en
la cartelera estadounidense. Esto significaba que no solo se inclinaban por el
llamado Cine de Arte, sino por el más comercial de los cines.
Rescate Suicida (Nicolay Levedeb,
2016) es una cinta de acción, aunque a diferencia de lo que estamos
acostumbrados a ver, lo que la hace diferente es por la enorme carga dramática con
que se desarrolla. Su planteamiento es interesante porque presenta dos pilotos
que son antagonistas.
El primero es Alexey, es un joven
impetuoso, rebelde, todo el tiempo está contra las reglas, tiene problemas con
la autoridad, y ese le cuesta que lo hayan echado del ejército. Al principio de
la película parece un chico apocad, incluso gris, pero en cuestión de minutos
descubrimos que es un distractor. Además de llevar en su avión unos
contenedores y juguetes para unos damnificados, un militar insiste en llevar
dos vehículos, esto trae consecuencias cuando en mitad del vuelo enfrentan una
tormenta. El piloto les hace ver que llevan sobre peso y que es necesario
deshacer de una parte de la carga.
La orden del militar es tajante:
tirar los contenedores, sin importarle su contenido. Obligado por las
circunstancias, Alexey deja los controles y va a la parte trasera de la nave, y
sí, tira lo que para él no tiene sentido llevar: los vehículos del militar.
Este simple acto ilustra la
personalidad del joven, quien a toda costa argumenta su decisión. Pero por
noble que fueron sus intenciones no sirve de nada y le cuesta el empleo.
Del otro lado está Lenoid, un
piloto de la vieja escuela soviética: disciplinado, enérgico, incapaz de
aceptar errores, y por encima de todo un fiel a las instituciones. Además,
casado con una mujer que se desvive por atenderlo, para ella no hay nadie más
que su marido, y por último Valera, su hijo. Un adolescente que es su dolor de
cabeza: holgazán, desobligado, mal estudiante, y al cual le sobran habilidades
físicas. El problema para Leonid es que cuando le consigue una maestra de
inglés, esposa de un colega suyo, y el buen Valera termina seduciéndola ¡en su
habitación!
Cuando Alexey recurre a su padre
-un viejo piloto jubilado y además amargado por el nuevo sistema político-,
éste le reprocha su comportamiento rebelde, sin embargo, acaba por ayudarla a
que le hagan una prueba en una aerolínea, donde debe enfrentar al cascarrabias
de Leonid.
Alexandra es el puente entre ambos.
Ella es una joven piloto que hace vuelos simultáneos y que por cosas del mismo
destino se convierte en la pareja de Alexey. Aunque no todo es fácil, y este
romance atravesará problemas, sobre todo por cuestiones de género, lo que
provoca una fractura en su relación.
Pero la explosión de un volcán en
una isla cercana, donde quedan atrapados obreros y pasajeros de otros vuelos,
hace que ellos y Leonid vean que la realidad en nada se parece a lo que se vive
en un simulador de vuelo.
El rescate de esas personas en dos
aviones genera una alta dosis de adrenalina en el espectador, no sólo por los
buenos efectos especiales, sino porque las decisiones que deben tomar los
personajes en momentos cruciales, y en donde cualquiera puede ser la próxima
víctima de ese desastre.
Considerada una de las películas
más taquilleras de Rusia el año pasado, Rescate Suicida da la razón a Gabriel
García Márquez: los rusos son tan sentimentales como cualquier persona. No son
de hielo; llorar no es exclusivo de las mujeres. Finalmente, son solo gente
como cualquiera de nosotros.
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