Samuel Gómez Patiño
Hace algunos años, en uno de mis
grupos de primer semestre estaba sentado en uno de los primeros asientos del
salón, un alumno que llamó mi atención desde que llegue por su condición
física. Tenía en su pupitre una computadora personal, en esos años difícil y
costosa de conseguir. Siempre poniendo atención y extrañamente participativo,
desde el inicio se mostró interesado en la clase. El alumno que todos queremos
tener, al menos en el papel.
El entusiasta estudiante caminaba
con dificultad, no podía utilizar las manos parcialmente tullidas; con la cara
semiparalizada que al tratar de comunicarse y muy a su pesar, pronunciaba las
palabras lentamente y poco inteligibles, y sin importar todos sus problemas él
estaba en el grupo estudiando para terminar una carrera profesional.
Es loable para la universidad
darles oportunidades a los alumnos que tienen capacidades diferentes o como en
este caso, a quienes tienen enfermedades que dificultan su trabajo escolar.
Solo me preguntaba que, si había ingresado a la universidad tras un riguroso
examen de admisión, es porque de alguna manera estaba preparado para sus
estudios.
Sin embargo, me pareció poco profesional
que no prepararan a los maestros para poder trabajar con este tipo de
estudiantes. Investigue con los demás profesores del grupo, y todos estábamos
sorprendidos ya que no estábamos seguros cómo incluirlo para que aprovechara
sin dejar de hacer nuestro trabajo, no discriminarlo, aunque no era un
estudiante más, era especial. Además, se iniciaba la campaña de renovación de
pasillos aptos para sillas de ruedas o para personas que utilizan bastón o
andadera.
Al principio, los alumnos trataban
de ayudar a su compañero, se integraba con ellos. Pero al paso del tiempo,
empezaron a desesperarse al darse cuenta que lo tenían que ayudar hasta
cargando su mochila ya que no era capaz de hacerlo por su cuenta. Ellos tampoco
estaban preparados para entender sus necesidades y para apoyarlo para
sobrellevar sus problemas físicos.
Así transcurrían los primeros días
de clase y, todavía no encontraba la forma de ayudar al alumno. Explicaba un
tema y el muchacho levantaba la mano para participar, pero pronunciar 5
palabras le costaba tiempo hacerlo y difícilmente se le entendía. En su
computadora personal, escribía la clase de forma lenta, pero lo hacía.
Inclusive, me vi en la necesidad de diseñar un examen, guardarlo en un
dispositivo y que utilizara su equipo para contestarlo, mientras sus compañeros
lo hacían a lápiz y a papel.
Cuando leía su examen en el
ordenador, me di cuenta que lo escribió tal como lo expresaba por lo que
tampoco le entendía, de tal manera que acudí con el director de la Facultad
para expresarle mi preocupación por este caso. Me solicitó que me acercara con
el departamento psicopedagógico para que me apoyaran, y cuando me entreviste
con el psicólogo me di cuenta que tampoco estaba preparado para este caso. Le
solicite una entrevista con los padres del muchacho, con la esperanza que nos
explicaran cómo el alumno había estudiado y aprobado en el bachillerato y
secundaria, y así poderlo ayudar. Nunca se pudo concretar esta petición.
Ninguno de sus maestros fuimos
capaces de ayudarlo, entendiendo que no se trataba de pasarlo por su condición
de estudiante especial; teníamos la oportunidad de darle herramientas que lo
apoyaran para su desarrollo profesional, pero ninguno de los actores de la
escuela estábamos preparados. No pasó ninguna materia de primer semestre y ya
no volvió.
Todos debemos de tener la
oportunidad de poder capacitarnos, aprender y desarrollarnos, no importando
nuestras condiciones, sin discriminación de ninguna índole incluyendo en la
sociedad a todas las personas que como seres humanos que somos.
Esta historia sucedió hace 12 años
aproximadamente, la universidad sigue buscando como incluir a más estudiantes especiales
a sus carreras profesionales, y parece que aprendemos, observo muchachos
invidentes auxiliados con permiso de la escuela por parientes o amigos que los
apoyan para moverse y estudiar en las aulas universitarias; maestros preparados
para auxiliar a quienes tienen problemas auditivos aprendiendo del lenguaje de
señas, alumnos en sillas de ruedas que le han mejorado su estancia con rampas y
elevadores de acceso a las aulas, en fin, ahora veo una universidad inclusiva.
Lástima que en mi época no tuve los
conocimientos necesarios para apoyar a nuestro alumno.
La siguiente semana, ¿Cómo ser una
empresa inclusiva?
Me gustaría leer tú opinión, puedes
escribirme al correo samuelgomez@uabc.edu.mx o en Facebook: Samuel Gómez Patiño
*Vicepresidente Educativo del Club
Toastmasters Ejecutivos de Tijuana
Licenciado y Maestro en Administración
de Empresas
Catedrático en la Facultad de
Contaduría y Administración, en Tijuana
Universidad Autónoma de Baja
California
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