I
La noche aquella del agravio, quedó atrás. Noche lluviosa y
sanguinaria que hacía falta para que Ella huyera de Él. Ahora Él lo sabe: Te fuiste de mí para volver a mí. Y ya
no hay lágrimas. Ya no hay dolor. No debe haber dolor.
Esta noche que ahora los cubre con su negra sábana,
es el renacimiento. Es la noche que transita de la oscuridad hacia la luz.
Ellos van, ahora mismo, del deseo al placer.
Descubrimiento de los cuerpos que se ansían.
II
De la oscuridad surge su cuerpo que mana un intensísimo y dulce
resplandor. Su cuerpo desnudo sólo cubierto por la gracia de su piel. Y una
manta múltiple. Y un enorme e intenso deseo que la recorre y lo contagia.
En la tarde la había visto recorrer la cañada. El
diminuto bosque supo de Ellos. De sus labios. Del blanco vino en sus bocas. No
imaginó el bosque (no imaginaron) que Ella era una diosa griega trasterrada.
Pero ahora aquí, en la humildad de la casa, la diosa
planta sus huellas: y son un presagio de lo que vendrá.
II
Fueron extranjeros en una tierra extraña. Al fondo: la mirada de
Minerva los miraba. Y guiñaba los ojos con una señal que Él no supo, en ese
instante, distinguir.
Sus pasos los llevaron, como un presagio múltiple,
del desconcierto al asombro, al presagio que siempre Él vio en sus hermosos
ojos.
IV
El rumor de su voz. El rumor de la música de su voz. El sonido de la
música a la hora del descubrimiento. Los montes acariciados por sus labios
embriagados por el vino, la dulce miel de los senos apenas descubiertos y
siempre imaginados.
(Hay una historia que antecede el acontecimiento:
aquella sucedida una madrugada al pie del templo en la que Ella quiso ser un
vagabundo tendido al pie del oscuro palacio. Esa noche Él le dijo que si podía
hacerle el amor. Y ante la respuesta, Él tocó tímidamente el nacimiento de sus
blancos senos. Recordó entonces:
Un día. /Un día,
quizá muy pronto. /Un día arrancaré el ancla que tiene sujeto a mi navío lejos
de los mares...)
V
Del bosque de la flor de maravilla, a la cañada. Del bosque de pájaros
a la cañada de su cuerpo. De su cuerpo a su cuerpo: la melodía del desenfreno
que duró de la noche a la noche. De la noche al nuevo día. Desenfreno de los
cuerpos que ardían y no se quemaban.
VI
—Llévame contigo —le dijo Ella.
Y el escenario preparatorio para el amor comenzó a conformarse. Después
vinieron las palabras reconciliatorias. El ahogo de las voces. La flama que
iluminó para siempre los cuerpos conjugados, amándose.
VII
Esopus ama a la Reina. La Reina de mil noches y una. La Reina amándose
con el esclavo. El esclavo iluminado por los ojos de la Reina, que jadea...
VII
Ah, el temblor. Ah, el temblor de las manos. El temblor ante el
descubrimiento de la desnudez de la Reina, suplicante de amor...
El débil corazón del esclavo. Las manos atónitas
ante la Belleza. La Reina jadeante que suplica. La Reina postrada ante el amor
de Esopus. El esclavo que blasfema. El dulce corazón del esclavo que ama y es
amado.
Repetición.
IX
El esclavo que reinventa la historia, ahora canta. La Reina yace
subyugada. La voz del esclavo que canta a la amada. La amada que escucha y
espera. La Reina es ahora el objeto de amor de Esopus que comienza su canto, y
la Reina, rendida ante el canto, espera.
Todo el Universo, ahora, es una eterna espera...
X
El contrahecho cuerpo de Esopus
sobre el perfecto cuerpo de la Reina. El perfecto cuerpo de Esopus tendido
sobre el manto claro de la Reina. Las manos encontrándose. Las bocas enlazadas
mordiendo el Tiempo. El Tiempo que se reencuentra en este tiempo que se
desvanece. Se transforma en súplica. Se vuelve lamento. Se transforma en ansia.
Se repite en cada caricia. En cada descubrimiento. Cuerpos en extravío
reconociéndose. Que se saben ciertos de hace miles de años. Que se muerden. Que
se hacen uno y se comen. Se devoran y son uno. Miles de cuerpos que se hunden.
Se transforman en animales. Animales que se devoran y reproducen: son millones
de cuerpos en uno. Se penetran jadeantes. Se unen. Se reconcilian con el mundo,
con el Universo. Repiten la escena, de la noche a la mañana. Se besan y en el
beso entregan su amor. Se saben el amor y no les importa. Se hieren y se
sangran. Sexos que se saborean y bocas que son el centro mismo del sexo. Bocas.
Manos. Lenguas. Vaginas. Vergas. Piernas. Nalgas bellísimas. Lenguas que saben
de la saliva y la degustan. Anos exactos y perfectos como el círculo que se
transforma en Tiempo, y los cuerpos en el Principio de ese tiempo. Se
desintegran porque ya siempre se necesitarán. Porque no pueden existir el uno
sin el otro. Porque en ellos, ahora, el Tiempo no existe. Son el Tiempo hecho
de su sangre, de sus cuerpos, de su carne. Son el Tiempo encarnado. Son Esopus
y la Reina. El esclavo y la Reina. La Nada y el Todo. Dos cuerpos enlazados que
arden. El fuego del renacimiento.
El Pecado y el Placer. Renacen.
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