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José Luis Vivar
Una ópera prima siempre es un albur. No hay
medias tintas. Al momento de su estreno puede gustar o no. Es todo. Si es
aprobada por el público y por la crítica, se le augura éxito a su director. Si
sucede lo contrario, deberá armar un nuevo proyecto y empezar de cero. Sobra
decir que muchos directores rara vez se recuperan de ese descalabro, aunque
filmen muchas cintas.
En el caso del cineasta Joseph Hemsani, su
ópera prima titulada Mientras el lobo no está (2016), pasa difícil prueba por
tratarse una historia que mezcla los ingredientes necesarios para hacerla
atractiva a un público escéptico con todo lo que huela a cine mexicano.
En vez de inclinarse por una comedia agridulce
como las que últimamente se han estrenado, Hemsani opta por un género difícil y
al mismo tiempo atractivo: el thriller. Sólo que en vez de caer en el lugar
común del tipo solitario, la mujer fatal y un gánster acompañado de su pandilla,
prefiere tomar un puñado de niños y niñas que empiezan a despertar a la vida y
al sexo, y los incrusta en un internado que es controlado por un verdadero lobo
que pone en práctica la modalidad tiránica para reformarlos.
Ambientada a finales de la década de los
cincuenta del siglo pasado, permite adentrarse en esa oscuridad no solo física
–el dichoso internado es una especie de Lecumberri con todo y celadora frígida
y poseída por la neurosis-, sino en la vida de cuatro amigos en particular,
liderados por Alex (Luis de la Rosa), un chico que poco a poco irá revelando su
pasado, y la razón por la cual fue recluido en ese lugar.
El personaje de Julio (Mauricio García Lozano),
es no sólo un auténtico dictador, sino que los matices que presenta lo hacen
más atractivo: es disciplinado, maniático del orden y viste impecable.
Asimismo, castiga sin piedad a quienes rompen las reglas, pues los considera
traidores. Pero por otro lado se muestra tierno con Isabel (Miranda Kay), una
de las internas que se siente atraída por el inquieto Alex, y tiene momentos de
debilidad que entenderemos hasta los últimos minutos de la película.
Mientras el lobo no está, es una apuesta por un
cine fresco, la espontaneidad de los actores no profesionales ayuda que sea
verosímil lo que se plantea. Y parece una contradicción que estos niños y niñas
no son lo que pensamos. Están recluidos en ese horrible lugar por mal comportamiento,
porque han cometido faltas, afectando en
lo familiar y en lo social. Nunca se menciona que sean delincuentes, pero
realmente algunos de ellos sí lo son.
Con una extraordinaria ambientación e iluminada
por tonos grises y oscuros, la película nos va atrapando por el buen ritmo
narrativo que mantiene desde el principio: unos padres silenciosos que llevan a
Alex hasta el internado. La gélida mirada que le lanza su progenitor deja en
claro que ese niño no es un modelo de hijo, y que al entregárselo literalmente
a Julio, esperan que cumpla un buen castigo por la imperdonable falta que
cometió.
Sin embargo, Julio no ve las cosas como
pecadores y pecadores arrepentidos, los ve como esclavos, como parias a los que
debe someter y domar como si fuesen ferias que llegan a ese circo de grandes
pabellones, divididos por el sexo al cual pertenecen.
El desenlace convierte lo metafórico en
realidad, porque eso que se esconde en las entrañas del internado es macabro y
huele a carroña. Debido a eso el caos que generan esos niños tiene más tintes
de venganza que de encontrar una verdad que sin proponérselo habrán de
hallarla.
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