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viernes, 31 de marzo de 2017

Los escritores y el poder




De enorme provecho fue, en el periodo del salinato, leer El Príncipe, de Maquiavelo. Durante todo el sexenio de Carlos Salinas de Gortari fue una especie de confrontación entre lo comunicado en el libro (escrito en el verano de 1513 y publicado en 1532), y la realidad política nacional. Desde su aparición el texto ha sido un manual para todos aquellos que buscan u ostentan el poder en cualquier parte del mundo. De la lectura obligada, fue Salinas de Gortari quien aprendió más y mejor de El Príncipe, y lo representó (a lo largo de su mandato) como si se tratara de un guión de una obra de teatro. La figura de Salinas de Gortari es, querámoslo o no, central en la historia de México, pues representa el resumen de todas —presentes, pasadas y ¿futuras?— las veleidades nacionales; un análisis a conciencia de los acontecimientos nacionales pasados y recientes, muy bien pueden partir de él y, en todo caso, no podemos ignorarlo.


Un fragmento del libro de Maquiavelo podría ser la síntesis histórica del poder en nuestro país, y representa toda nuestra historia, desde la Guerra de Independencia y hasta nuestros días: “…a los hombres hay que vencerlos o con los hechos o las palabras, o bien exterminarlos; porque si es posible que se venguen de ofensas pequeñas, es posible que lo hagan de las grandes; y en que es del todo necesario que la ofensa que se infiera a un hombre sea de tal calibre que de ella no pueda esperarse ninguna clase de venganza.”

El poder ejercido por Salinas de Gortari, durante su mandato, fue hegemónico: se estableció en casi todos los sectores de la sociedad, dio origen a un parteaguas en su partido, y se “diferenció” a las formas de poder desplegadas por sus antecesores José López Portillo y Luis Echeverría, creando un nuevo discurso ideológico con su “liberalismo social” e impulsando reformas económicas y tratados (TLC); además de restablecer los ya perdidos (Iglesia-Estado). Ríspido y violento, su sexenio modificó al país. Su “liberalismo social” buscó recuperar algunas de las ideas de la Revolución mexicana y, sobre todo, del pensamiento liberal de Juárez, dando origen a un supuesto y “nuevo” estado de las cosas...

La relación de Salinas de Gortari con los intelectuales no fue distinta a la de Luis Echeverría en los años setenta, pues a decir del escritor y periodista Víctor Roura (en su libro publicado en 2004, Codicia e intelectualidad): “…después de Luis Echeverría Álvarez, Salinas de Gortari ha sido el mandatario que más favores ha hecho a la clase intelectual”.

“Muchos de nuestros intelectuales de prestigio —dice Roura—, pese a la evidencia de la gestión errada de Salinas, prefieren guardar un cauto silencio ante el desplome del salinato. No hay que olvidar que la clase intelectual fue absolutamente beneficiada por Salinas, que no dudó en otorgar un presupuesto enorme a los artistas y escritores del país para tenerlos contentos y entretenidos. Y no hubo intelectual de fama que no se rindiera ante su imagen, desde Octavio Paz y hasta Gabriel García Márquez”.

Víctor Roura, en su libro, con puntualidad hace un recuento de los más “memorables momentos” en los cuales nuestros intelectuales se han inclinado ante el poder, y nos recuerda el encuentro de Germán Dehesa con Salinas de Gortari, quien se dejó seducir por su presencia la noche del memorable homenaje en el Palacio de Bellas Artes a Jaime Sabines. 

Pese a su supuesta crítica al gobierno, misma que nos dejó ver en su columna “El Charro Negro” y en sus programas de televisión durante varios años, Dehesa narra su encuentro y pronta liga con Salinas. Fue después de hacer un reclamo en su actuación, al sur de la Ciudad de México, donde el Charro parodiaba los acontecimientos cotidianos de la política nacional y los políticos (“…pero mantiene una entrañable amistad con ellos” —advierte Roura), donde refirió a la presidencia la falta de apoyo al poeta Sabines en su enfermedad, que lo postró en definitiva.

El encuentro entre Salinas y Sabines, contado por Dehesa, es singular por definitorio: “Brevísimo saludo y ya está Salinas subiendo las escaleras a toda velocidad rumbo a la alcoba del poeta. Dos breves golpes de nudillos en la puerta. ¡Adelante!, dice la inconfundible y rica voz de Sabines. Salinas abre la puerta; Sabines alza lentamente la cabeza, mira calmosamente al presidente y sin prisa y sin vacilaciones engarfia las manos en los brazos de su sillón, aprieta las mandíbulas y se yergue lentamente. ¡Maestro, no, por favor!, se apresura a decir Salinas, mientras intenta acercarse a Sabines. La voz de Jaime lo detiene: ¡Déjeme!, no me estoy poniendo de pie ante Carlos Salinas, sino ante el presidente de mi país”. Esta escena es elocuente. Nunca sabremos cuántas veces haya pasado con otros escritores en este y otros tiempos, lo cierto, y estamos de acuerdo con Roura, cuando lo define de “patético cuadro” y cuando advierte el mismo Víctor Roura que es lamentable, “a pesar de tratarse de un hombre de letras respetado como Jaime Sabines”. “El arrodillamiento ante el poder, ante el Señor Presidente, no ante un hombre cualquiera que puede llamarse Carlos Salinas, no, ante el Señor Presidente, que ya es otra cosa. 

Las letras, la poesía, se inclinan ante el poder. Dehesa lo cuenta con esplendor, con orgullo, con postración. ¡Dehesa le hizo el favor a Jaime Sabines de llevar al presidente de la República a su casa!”.

La instauración del Fonca (ahora ya extinto de algún modo: se volvió Secretaría de Cultura federal), por Salinas de Gortari, favoreció con becas a innumerables escritores que una y otra vez han vivido de lo creado por el salinismo, sin chistar, sin una sola crítica y silenciados en consecuencia para siempre; nunca, como en las últimas décadas, en México ha habido tanto desapego hacia la crítica del poder del Estado de parte de la mayoría de los poetas y escritores que en la actualidad son la élite intelectual y creativa del país. En pocas ocasiones hay posturas políticas en los creadores, ni tampoco se puede establecer una conversación sobre estos temas. A la mayoría de escritores no les preocupan estos temas, y mucho menos leen libros sobre política; tampoco participan en actos que les puedan despojar de los privilegios “ganados” y otorgados por el Estado…

Salinas encontró los modos para acallar las posibles inconformidades de los intelectuales y los escritores y, ellos, de cierta manera estuvieron de acuerdo con el postulado de Maquiavelo: “No te enfrentes con el poder si no tienes la seguridad de vencerlo”.

En la época de la Restauración de la República (1867-1876) se conformaron los partidos Liberal y Conservador, en los que participaron activamente eminentes intelectuales y creadores de México; con vehemencia y pasión participaron durante este tiempo de formación de la nación, activos y propulsores.

Después la itinerante presidencia de Benito Juárez, del lado liberal, conformó algunas instituciones con escritores relevantes, como nos recuerda Daniel Cosío Villegas en su ensayo incluido en la Historia de México, de El Colegio de México. Francisco Zarco fue diputado y Manuel Payno fue autoridad de Hacienda. De entre ellos, algunos lograron rehacer el camino de la nación con sus aportaciones.

El porfiriato trajo consigo nuevas voces literarias que apoyaron el proyecto de Díaz. A los movimientos de la Revolución mexicana se agregaron algunos poetas, como Ramón López Velarde. Y en los tiempos posrevolucionarios, los más importantes escritores del siglo XX se acercaron al poder; sin Los de abajo, de Mariano Azuela y las obras de Martín Luis Guzmán, por ejemplo, no tendríamos claras noticias de los diferentes periodos de nuestra historia.

Ya avanzado el siglo XX las formas cambiaron y mucho se debe a los creadores de la modernización del país y, como es obvio, la fundación de una nueva nación. Los Contemporáneos, por ejemplo, convivieron con el Estado mexicano y vivieron a sus expensas; luego Octavio Paz, José Revueltas y Carlos Fuentes (entre muchos), dieron con otras formas de interactuar con el poder al ofrecer una crítica contundente, pero sin alejarse (unos más que otros) de la tradición seductora del Estado. Fuentes y José Luis Cuevas, recuerda Víctor Roura en su libro ya citado, fueron los consentidos de Luis Echeverría Álvarez: “Carlos Fuentes fue uno de los más beneficiados, junto con el pintor José Luis Cuevas; pero a su lado se cuentan, en efecto, veintenas de hombres que salieron gratamente enriquecidos durante dicho sexenio”.


Lacayos y comparsas, otras veces críticos y revoltosos, los escritores e intelectuales mexicanos siempre han tenido una relación especial con el poder, ejemplificada en la figura del “Señor Presidente”.

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