martes, 21 de marzo de 2017

La ruleta Rusa de César Anguiano



Ricardo Sigala


Recientemente se presentó en la ciudad de Colima Ruleta rusa de César Anguiano, el libro ganador del Concurso Estatal de Cuento Colima 2105, convocado por la Secretaría de Cultura de ese estado. El autor, que hace tiempo vive en Ciudad Guzmán, he declarado que los textos que integran su libro fueron concebidos y creados en Zapotlán, en donde ha dado con el espíritu del género breve. El concurso fue dictaminado por un jurado compuesto por escritores de reconocida trayectoria como Amando Vega Gil y Felipe Lomelí, lo que le dio aún más prestigio.


Entramos a Ruleta Rusa de César Anguiano como a aquel relato homónimo del escritor rumano Mircea Cartarescu, con esa sensación de que estamos asistiendo al momento más importante de la vida de su protagonista, siempre en la inminencia del instante final, siempre con una postergación de muerte ante nuestros ojos, y entonces escuchamos el click del gatillo y su eco se repite en nuestra mente, y pareciera que el estruendo salpicado de una masa sanguinolenta nos alcanza, pero en realidad eso está siempre por suceder, latente, inevitable. Los cuentos de Ruleta rusa de César Anguiano siempre parten de ese momento fundamental, un momento que no es nunca una revelación feliz ni una realización, están marcados por el error, la falta, la circunstancia desfavorable, la fermentación del rencor, una venganza que se confunde con sed de justicia. En estas páginas asistimos a un mundo que se cae a pedazos, y algunos de esos pedazos son las historias que el escritor recupera y recrea en su tórrida prosa, son esas partes del mundo que bastan para hacernos una idea clara del universo literario de este por demás interesante escritor.

            Los cuentos de Anguiano nos reciben con un ritmo narrativo constante, que nunca tiene prisa en revelarnos los detalles y desenlaces, son poseedores de una pauta que combina la velocidad narrativa y la tensión dramática. Estos relatos nada tienen que ver con la líquida y precipitada realidad virtual en que nos movemos todos los días. Luchan claramente contra esa caducidad. Porque para Anguiano no basta con contar una historia por más interesante que ésta sea, la literatura no es una golosina cultural para ser consumida recostados en un sillón un domingo por la tarde. Por el contrario, nuestro autor cuando cuenta sus historias se propone indagar en sus implicaciones más profundas, sociales, políticas, morales, éticas, en pocas palabras en su dimensión más humana.




No es extraño pues que sus personajes posean una redondez especial, alejados de estereotipos y simplismos. Los lectores no sólo somos testigos de sus estigmas e infortunios, sino que vivimos con ellos. No se trata de personajes acartonados de los que sólo sabemos lo que les pasó en la historia del cuento, sino que se asimilan a las personas. Tienen una biografía, los ha marcado algún suceso de la infancia, hay una experiencia que no les permite ser el mismo de antes. Su espacio es la paradoja de la existencia. Se trata de los personajes de a pie, los de todos los días, que tienen nuestros miedos, nuestras carencias, que han traicionado y recibido traiciones como nosotros. Y quizás por eso resultan tan empáticos

En lo referente al estilo, hay que destacar la trasparencia y la naturalidad de su prosa. No encontraremos en ella malabarismos verbales ni desatinos de poeta exiliado en la narrativa. Y no es que Anguiano no conozca el lenguaje de la poesía, sino que sabe cuál es la poesía que le corresponde a la narrativa. Su tradición es muy clara, pertenece a la rama realista del texto breve, él se declara continuador de la línea mexicana de José Revueltas y de Eduardo Antonio Parra; en tanto que por la corriente norteamericana abraza las enseñanzas de Joyce Carol Oates.

Cuatro cuentos conforman el corpus de Ruleta rusa. En el primero, un niño sube al árbol muy alto huyendo de un acto terrible, que simplemente ha sucedido, que le atribuirán a él, que difícilmente acaba por comprender, pero sabe aterrador. El segundo se titula “La oscuridad”, que evidentemente se refiere a la falta de luz, de comprensión ante la pérdida de la libertad, esa pérdida en apariencia inmotivada: el secuestro, cuya lógica y motor perece ser única y exclusivamente causar terror y incertidumbre, esa otra forma de la tortura. El tercer cuento tiene como protagonista a María, en él, Anguiano parte de la inminencia de un aborto, una historia inquietante que nos muestra lo sola que puede llegar a estar una mujer en el mundo, y cómo éste se convierte en una suma de obstáculos y agresiones. Finalmente, el cuento que da título al libro es una fermentación del odio, de la indignación ante el terror como sistema, ante la corrupción, la impunidad y la violencia. El cuento es también un símbolo, el hombre común que está a punto de disparar contra aparato represor.

He seguido el trabajo de César Anguiano los últimos dos años y he constatado que él no escribe para lucirse en una presentación en sociedad, ni para recibir un mote de artista, he visto de cerca su proceso de creación y constato que para él la escritura es una forma de estar en el mundo. Anguiano escribe como una ética de la existencia. La escritura no se justifica si no atiende los problemas que nos agobian en la vida cotidiana, especialmente aquellos que derivan del ejercicio del poder, de la injusticia. Pero no hay que pensar que se trata de literatura comprometida a la manera de la izquierda rampla de los años sesenta y setenta. La obra de Anguiano tiene un compromiso estético tan fuerte como su compromiso social. Sé de las horas diarias de trabajo de escritura, de planeación de sus textos, de lectura y relectura, de rescritura, tiene además el oído atento y agradecido frente a las recomendaciones y sugerencias.

Anguiano ha dedicado muchos años a construir un estilo y una identidad literaria que a estas alturas ostenta resultados claros y presumibles, no es casual que con esta breve colección de cuentos haya obtenido el Premio Estatal de Cuento Colima, 2015. He escuchado y leído con satisfacción la alta opinión que de esta obra tienen algunos escritores y serios lectores, pienso en Felipe Lomelí, sólo por mencionar a una voz autorizada. César Anguiano ha entrado pues en la faceta en la que es una prioridad encontrar a sus lectores, no porque el autor los necesite como un estímulo, sino porque todo lector atento, sensible y con una mediana formación lectora agradecerá la ocasión de ese encuentro.


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