Samuel Gómez Patiño
Estaba en la librería revisando las
nuevas obras que tenían, actividad que disfruto bastante para escoger algo que
me interese leer. Leo los títulos, autores y también precios. Aunque tengo
aproximadamente 500 libros en mi casa y la oficina sigo disfrutando llegar a
una librería. En mi última visita destacó una obra de Ava Dellaira titulada
“Cartas de amor a los muertos”, no pude resistir y la compre, aunque confieso
que ahora entra entre los 10 libros que tengo por leer.
Ava me hace reflexionar sobre
nuestros seres queridos que parten antes que nosotros y, que en algunas
ocasiones no tenemos la suerte de despedirnos, por eso este artículo va
dirigido a mi padre que murió en 19 de diciembre de 1993 en su casa, en brazos
de mi hermano Daniel. Entonces estaba casado y vivía en otra parte, por lo que
no pude despedirme de él. Creo que está carta la escribiría de esta manera:
Querido padre, te quiero contar:
Cuando partiste sentí tristeza,
pero también alivio, porque recuerdo la plática que tuvimos un par de años
antes de tú partida. Seguro no has olvidado aquella tarde que pase a saludarte
y me solicitaste que te llevara al doctor. Te pregunte si te sentías mal, pero
tú me respondiste que querías que hablara con tú médico y le dijera que ya no
querías vivir, que estabas cansado y que hiciera algo por ti, ayudarte a morir.
Conociendo tu devoción por Dios, te comenté que reflexionaras y que si no te
había llamado debería ser porque todavía algo te faltaba por hacer. Entonces supe
que partiste al terminar tú misión.
Sé también que has sido un ángel
para mí y mi familia desde que partiste, pero eso ya lo sabes por eso quiero
decirte lo que no pude hacer cuando estabas conmigo.
Te agradezco que me hayas dejado
escoger mi carrera profesional, nunca me comentaste que te hubiera gustado que
fuera Ingeniero en Aeronáutica, pero ya sabes que tú nieto, si, Samuel Alfonso
estudio para Ingeniero Aeroespacial sin que se lo pidieras. Cuando te “robaba”
tus galletas preferidas, él apenas tenía dos años y te divertía verlo correr
creyendo que lo seguías. “Samal” como de cariño le decías cumplió tú sueño.
Por cierto te pido disculpas,
porque cuando te presente a Samuelito y te dije que le pondríamos Samuel
Alfonso, recuerdo que me dijiste que sólo Alfonso, pero me gano el ego y le
puse los dos nombres. No te preocupes él se pone Alfonso.
Quiero decirte también que me sentí
muy orgulloso que mi padre estuviera atrás de mí tratando de escuchar lo que le
contestaba a cada uno de mis sinodales, y tus palabras de aliento al final para
decirme con gusto: ¡les contestaste todo! Sé que estabas sordo y no recuerdo si
traías prendido tú aparato pero eso no importa ahora.
El día que te vacile diciéndote que mi abuelo
Silverio, que era más chico que tú ya era bisabuelo y tú ni siquiera tenías
nietos. Me mato tú respuesta: ¡es tú culpa, no tienes hijos! Ya tenía 25 años y
ni siquiera tenía novia.
Como todo ingeniero tenías tu
ingenio, siempre disfrute las tardes que armamos los avioncitos, el modelo de
la réplica del Apolo 11 (que tengo en casa como un recuerdo de ello), pero
sobre todo el día que armamos el modelo de un motor, se veía también y podías
ver cómo funcionaba al encenderlo, esa era la intención. Recuerdo que no
funciono porque le puse demasiado pegamento y los pistones se pegaron y al
final se quemó. Entre apenado y disgustado te comenté: echando a perder se
aprende, y entonces vino una gran lección para mí: ¡Echa a perder lo tuyo!
Pero también recuerdo que te
gustaba ponerme retos como cuando viste que traía el cubo Rubik’s y trataba de
armarlo, me diste dos semanas para lograrlo y lo hice, disfrute mi premio; o
cuando de pronto se volvió una costumbre con mis compañeros de secundaria
terminar el día en casa jugando ajedrez, siempre les ganaba. Me parecía raro,
que siempre quisieran jugar en nuestra casa en lugar de la escuela hasta que
supe que le pagarías al que pudiera ganarme, lo bueno es que no lo lograron.
Hace 23 años de tu partida y tengo
muy grabado en mi memoria el video que grabamos cuando Samuelito, bueno
Alfonsito cumplió un año. Ahí estás sentado en tú silla de ruedas, con una
frazada en las piernas, tu traje azul a cuadros, tú tradicional gorra de
béisbol (que ahora te confieso que siempre he odiado traer traje y gorra) y esa
sonrisa que esbozas levantando tú mano derecha como despidiéndote, todavía lo
veo y se me enchina la piel.
Tú y yo somos parecidos, tenemos
dificultad para expresar nuestros sentimientos, pero cada que me visitas,
aunque no me hables hace que mi alma se conforte dándole vida para seguir tus
pasos. Un abrazo cariñoso hasta el cielo, junto a la estrella que ilumina mi
camino.
¡Feliz cumpleaños, te quiero mucho,
papá!
Me gustaría leer tú opinión, puedes
escribirme al correo samuelgomez@uabc.edu.mx o en Facebook: Samuel Gómez Patiño
Vicepresidente Educativo del Club
Toastmasters Ejecutivos de Tijuana
Licenciado y Maestro en
Administración de Empresas
Catedrático en la Facultad de
Contaduría y Administración, en Tijuana
Universidad Autónoma de Baja
California
Primo me gusto mucho tu escrito (carta) tenemos mucho en común solo que yo si soy muy efusivo, si me gusta besar, abrazar, y decirle cuanto amo al que me nace decírselo...
ResponderBorrar