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jueves, 9 de febrero de 2017

Simitrio



Samuel Gómez Patiño


El viejo maestro rural, con discapacidad visual llamado Cipriano (interpretado por José Elías Moreno Sr.) me parece el personaje más cercano al verdadero profesor, aquel que estudia por la vocación de enseñar, por el ideal de preparar mejores personas, con amor verdadero y respeto por la educación.


Quizás recuerdes al maestro Cipriano gritando enojado su nombre después de que le queman su silla con cohetes y de la burla de los niños que se turnan cada día para hacerle travesuras haciéndose pasar por un niño que se tuvo que ir con sus padres del pueblo: ¡Simitrio! ¡Simitrio! Se escucha por todo el salón.

Se acerca el niño en turno y el maestro Cipriano busca reconciliar con “Simitrio”, hacerlo reflexionar y se promete cambiarlo cada día. Le regala ropa, le da de comer  y ahora su misión es hacer de Simitrio un hombre de bien aun cuando después se da cuenta de la realidad.

Amable lector, ¿acaso en la primaria fuiste un Simitrio o te enseño un maestro Cipriano? Una película de 1960 muy ilustrativa.

En mi humilde opinión a este país le han hecho falta los maestros Ciprianos, hombres y mujeres con vocación por la enseñanza, con amor por sus alumnos y un corazón tan grande que palpite para ver esos niños convertirse en hombres y mujeres de bien.

Hablamos en las anteriores columnas, de la importancia de la educación en casa, ahora quiero tratar de la responsabilidad de que los que se dedican a la educación tomen el rol que les pertenece en la sociedad: continuar formando a nuestros niños y adolescentes.

Tuve la gran oportunidad de que su servidor fuera el que llevara a su hijo, Samuel Alfonso a su primer día de clases, y lo digo porque generalmente la mamá es la que tiene esa gran experiencia. Al niño lo inscribimos al tercer año de kínder en un mes de marzo pero las clases iniciaban hasta septiembre y cada que le preguntaban que si asistía a la escuela siempre les comentaba que su papá no lo quería llevar, estaba tan ansioso que todos los días se levantaba para ir a la escuela. En aquella época que Rosario, mi esposa, estudiaba su carrera vino del sur mi prima María Elena Bejínes Patiño para ayudarnos a cuidar a nuestros hijos mientras trabajábamos, le agradecemos siempre que haya aceptado esta difícil misión de dejar a su familia en Guadalajara y venir a Tijuana.

Resulta que por fin llego el tan ansiado día para mi hijo y me parece que para mí también, así que Samuelito se levantó temprano, se bañó y arreglo alistando su mochila y nos fuimos con él, María Elena, Perlita y su servidor. Recuerdo haber llegado a las puertas de la escuela, nos bajamos del auto y lo llevaba de la mano cuando sucedió algo que nunca me espere. Cuando la maestra lo recibió en la puerta empezó a llorar desconsoladamente y a tratar de regresarse al auto, mi corazón se rompió. La maestra acostumbrada a estos menesteres me dijo, déjelo y lo tomo de la mano y se lo llevo al aula mientras él todavía lloraba. Me aguante cuanto pude, pero al dar la vuelta para retirarme otra escena me conmovió y a la vez me hizo reír: mi prima “Nena” (así le llamamos de cariño) y mi hija de dos años abrazadas llorando de sentimiento. Está experiencia ha sido muy especial en mi vida, porque tenemos que aprender a confiar en otras personas que no conoces, compartir la responsabilidad de educar a tus hijos y junto con el maestro lograr los sueños de cada niño, no el de nosotros. Hoy mi hijo acaba de terminar su carrera como Ingeniero Aeroespacial y mi hija como Licenciada en Teatro. Gracias a todos los maestros (buenos y malos) que los ayudaron a crecer y desarrollarse.

Por fortuna, mis hijos encontraron en su camino maestros muy buenos (los más) y otros que hasta quisieron perjudicarlos, gracias a todos ellos, porque mis hijos son ahora como los educamos, padres y maestros: ciudadanos de bien, que aman su patria y respetan los derechos de los demás.

En los primeros meses recuerdo que la educadora nos citó a todas las mamás y a su servidor (me sentía raro en las juntas) para llamarnos la atención (a mí no me quedo el saco) pues resulta que había madres que se quedaban afuera del salón para ver lo que hacían sus hijos y cuando la maestra se retiraba del salón se metían a dibujar, trabajar con la plastilina, recortar figuras, en fin a realizar las tareas que les encomendaban sin dejar que sus vástagos aprendieran a trabajar. La maestra amenazo con correr a la siguiente madre que la encontrara haciendo las tareas de sus hijos. Me dio mucha risa.

¿A qué maestro le agradecerías por ayudarte?

Me gustaría leer tú opinión, puedes escribirme al correo samuelgomez@uabc.edu.mx o en Facebook: Samuel Gómez Patiño

*Vicepresidente Educativo del Club Toastmasters Ejecutivos de Tijuana
Licenciado y Maestro en Administración de Empresas
Catedrático en la Facultad de Contaduría y Administración, en Tijuana
Universidad Autónoma de Baja California


1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo, hoy en día es difícil encontrar maestros con vocación y comprometidos a actualizarse, mas sin embargo, yo en lo personal agradezco a mis maestros excelentes y a los "malos" maestros porque todos me dieron la oportunidad de aprender algo, hoy soy el producto de todos ellos.

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