Samuel
Gómez Patiño
El
viejo maestro rural, con discapacidad visual llamado Cipriano (interpretado por
José Elías Moreno Sr.) me parece el personaje más cercano al verdadero
profesor, aquel que estudia por la vocación de enseñar, por el ideal de
preparar mejores personas, con amor verdadero y respeto por la educación.
Quizás
recuerdes al maestro Cipriano gritando enojado su nombre después de que le
queman su silla con cohetes y de la burla de los niños que se turnan cada día
para hacerle travesuras haciéndose pasar por un niño que se tuvo que ir con sus
padres del pueblo: ¡Simitrio! ¡Simitrio! Se escucha por todo el salón.
Se
acerca el niño en turno y el maestro Cipriano busca reconciliar con “Simitrio”,
hacerlo reflexionar y se promete cambiarlo cada día. Le regala ropa, le da de
comer y ahora su misión es hacer de
Simitrio un hombre de bien aun cuando después se da cuenta de la realidad.
Amable
lector, ¿acaso en la primaria fuiste un Simitrio o te enseño un maestro
Cipriano? Una película de 1960 muy ilustrativa.
En
mi humilde opinión a este país le han hecho falta los maestros Ciprianos,
hombres y mujeres con vocación por la enseñanza, con amor por sus alumnos y un
corazón tan grande que palpite para ver esos niños convertirse en hombres y
mujeres de bien.
Hablamos
en las anteriores columnas, de la importancia de la educación en casa, ahora
quiero tratar de la responsabilidad de que los que se dedican a la educación
tomen el rol que les pertenece en la sociedad: continuar formando a nuestros
niños y adolescentes.
Tuve
la gran oportunidad de que su servidor fuera el que llevara a su hijo, Samuel
Alfonso a su primer día de clases, y lo digo porque generalmente la mamá es la
que tiene esa gran experiencia. Al niño lo inscribimos al tercer año de kínder
en un mes de marzo pero las clases iniciaban hasta septiembre y cada que le
preguntaban que si asistía a la escuela siempre les comentaba que su papá no lo
quería llevar, estaba tan ansioso que todos los días se levantaba para ir a la
escuela. En aquella época que Rosario, mi esposa, estudiaba su carrera vino del
sur mi prima María Elena Bejínes Patiño para ayudarnos a cuidar a nuestros
hijos mientras trabajábamos, le agradecemos siempre que haya aceptado esta
difícil misión de dejar a su familia en Guadalajara y venir a Tijuana.
Resulta
que por fin llego el tan ansiado día para mi hijo y me parece que para mí
también, así que Samuelito se levantó temprano, se bañó y arreglo alistando su
mochila y nos fuimos con él, María Elena, Perlita y su servidor. Recuerdo haber
llegado a las puertas de la escuela, nos bajamos del auto y lo llevaba de la
mano cuando sucedió algo que nunca me espere. Cuando la maestra lo recibió en
la puerta empezó a llorar desconsoladamente y a tratar de regresarse al auto,
mi corazón se rompió. La maestra acostumbrada a estos menesteres me dijo,
déjelo y lo tomo de la mano y se lo llevo al aula mientras él todavía lloraba.
Me aguante cuanto pude, pero al dar la vuelta para retirarme otra escena me
conmovió y a la vez me hizo reír: mi prima “Nena” (así le llamamos de cariño) y
mi hija de dos años abrazadas llorando de sentimiento. Está experiencia ha sido
muy especial en mi vida, porque tenemos que aprender a confiar en otras
personas que no conoces, compartir la responsabilidad de educar a tus hijos y
junto con el maestro lograr los sueños de cada niño, no el de nosotros. Hoy mi
hijo acaba de terminar su carrera como Ingeniero Aeroespacial y mi hija como
Licenciada en Teatro. Gracias a todos los maestros (buenos y malos) que los
ayudaron a crecer y desarrollarse.
Por
fortuna, mis hijos encontraron en su camino maestros muy buenos (los más) y
otros que hasta quisieron perjudicarlos, gracias a todos ellos, porque mis
hijos son ahora como los educamos, padres y maestros: ciudadanos de bien, que
aman su patria y respetan los derechos de los demás.
En
los primeros meses recuerdo que la educadora nos citó a todas las mamás y a su
servidor (me sentía raro en las juntas) para llamarnos la atención (a mí no me
quedo el saco) pues resulta que había madres que se quedaban afuera del salón
para ver lo que hacían sus hijos y cuando la maestra se retiraba del salón se
metían a dibujar, trabajar con la plastilina, recortar figuras, en fin a
realizar las tareas que les encomendaban sin dejar que sus vástagos aprendieran
a trabajar. La maestra amenazo con correr a la siguiente madre que la
encontrara haciendo las tareas de sus hijos. Me dio mucha risa.
¿A
qué maestro le agradecerías por ayudarte?
Me
gustaría leer tú opinión, puedes escribirme al correo samuelgomez@uabc.edu.mx o en Facebook: Samuel Gómez Patiño
*Vicepresidente
Educativo del Club Toastmasters Ejecutivos de Tijuana
Licenciado
y Maestro en Administración de Empresas
Catedrático
en la Facultad de Contaduría y Administración, en Tijuana
Universidad
Autónoma de Baja California
Totalmente de acuerdo, hoy en día es difícil encontrar maestros con vocación y comprometidos a actualizarse, mas sin embargo, yo en lo personal agradezco a mis maestros excelentes y a los "malos" maestros porque todos me dieron la oportunidad de aprender algo, hoy soy el producto de todos ellos.
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