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martes, 24 de enero de 2017



Samuel Gómez Patiño


La congruencia la podemos definir como la relación existente entre lo que pienso, digo y hago. Lo que hacemos debemos  alinearlo con lo que expreso y por supuesto con lo que pienso. Algo que para mí se complico es educarlos a comer adecuadamente, por ejemplo. Mientras mis hijos crecían y mi esposa trabajaba y estudiaba su carrera profesional me convertí en un papá soltero, en el sentido de que me daba tiempo para llevarlos a la escuela, los llevaba a comer, asistía a las juntas escolares y a las actividades propias de cualquier familia, pero enseñarlos a comer adecuadamente no fue mi fuerte.




Comíamos en muchos lugares de comida rápida, fondas o restaurantes, tantas veces que siempre decía que el día que comíamos en casa nos sentábamos a esperar a la mesera. Soy una persona que no gusta de la mayoría de los vegetales y que generalmente como mucha carne, por lo que estos fueron las hábitos alimenticios con los que educaba a mis hijos. Afortunadamente cuando su madre se desocupo y los pudo atender adecuadamente los reeduco mejorando su alimentación y de paso la propia (también influyó mi sobrepeso y el diagnóstico de presión alta, además de la edad).

Siempre he pensado que los ejemplos pueden ser más ilustrativos que las palabras y los siguientes son algunos de los recuerdos que tengo con mis hijos que me parece que los ayudaron a forjarse como unos ciudadanos responsables en lo que hacen:

Cuando mi hijo tenía unos 2 años estábamos en el mercado de compras y él iba sentado en el carrito, como todo niño estaba inquieto y todo quería, así que le acerque un gansito y se lo di para que se entretuviera. Soy enemigo de consumir algo antes de pagarlo, así que no lo destape, y el empezó a jugar con el pan de tal manera que lo deshizo todo pero dentro del paquete. A la hora de pagarlo, la cajera cuando vio el gansito me dijo que podía cambiarlo porque no estaba en buen estado, a lo cual me negué y le pedí que me lo cobrara que al final el niño se lo va a comer con una cuchara. Nunca consumimos nada antes de pagarlo.
También siendo pequeño, andábamos en una plaza comercial y el niño dejo caer un papel de un dulce en el piso, le dije que lo recogiera pero el señor encargado de la limpieza me comento que lo dejara que estaba chiquito, y entonces le dije el niño debe aprender que la basura tiene un lugar. Hasta cuando salimos del cine, recogemos nuestras charolas y las ponemos en su lugar.

En otra ocasión, tuve la oportunidad de acompañar a mi hijo a un nacional de béisbol en la ciudad de Navojoa, y en el día de asueto nos fuimos al cine junto con mi hija, dos años más chica que él, le pregunte a la cajera cuando era el costo por los tres y me dijo que 150 pesos por lo que le entregue un billete de 200 y ella me regreso ¡150 pesos! Le comente a la muchacha que me agradaba como trataban al turista y le mostré el dinero que me devolvió a lo cual la joven un poco molesta me dijo que estaba bien el vuelto, se lo volví a mostrar y entonces se dio cuenta de su error. Ya mayor, mi hijo y yo estábamos en mercado pagando el mandado y de pronto me dijo: la cajera cobro una botella de agua pero es un paquete de seis por lo cual cuando le comente a la muchacha nos dio las gracias. Me parece que fue una lección aprendida.

Tuve la oportunidad de entrenar a mis hijos (a Samuel y a Perla) en el béisbol y desde pequeños les inculque el sentido de la responsabilidad. Los equipos los conformaba con niños que no sabían jugar pero tenían las ganas de hacerlo a pesar de sus debilidades en el juego. Nos apaleaban casi todos los equipos pero aprender a amar el deporte, el compañerismo y sentirse útiles era la recompensa. Recuerdo en especial un día en el que mi hijo amaneció enfermo, de forma curiosa cada que su cuerpo se estiraba le daba fiebre y dolores en el cuerpo, y entonces le dije que teníamos que ir al campo (los demás niños lo tomaban como el líder a seguir) y le prometí que si se completaba el equipo no jugaría. Me parece que ese día fue uno de sus mejores juegos y se negó a que lo pusiera en la banca. Mi señora y yo nunca faltamos al trabajo al menos que estemos incapacitados, y eso nuestros hijos lo han visto desde pequeños, hay que amar lo que hacemos.

Por cierto una vez me sorprendió mi hija ya adolescente cuando me dijo me siento mal, pero por tu culpa voy a ir a la escuela, me hiciste demasiado responsable.

Debemos recapacitar en cómo hemos educado a nuestros hijos, acabo de leer un anuncio en el Facebook para reflexionar que dice “antes de criticar a los muchachos de ahora analicemos a los padres de ahora; lo primero es resultado de lo segundo. Y tú, ¿Qué haces por tus hijos?

Me gustaría leer tú opinión, puedes escribirme al correo samuelgomez@uabc.edu.mx o en Facebook: Samuel Gómez Patiño


*Vicepresidente Educativo del Club Toastmasters Ejecutivos de Tijuana
Licenciado y Maestro en Administración de Empresas
Catedrático en la Facultad de Contaduría y Administración, en Tijuana
Universidad Autónoma de Baja California


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