Samuel Gómez Patiño
La congruencia la podemos definir
como la relación existente entre lo que pienso, digo y hago. Lo que hacemos
debemos alinearlo con lo que expreso y
por supuesto con lo que pienso. Algo que para mí se complico es educarlos a
comer adecuadamente, por ejemplo. Mientras mis hijos crecían y mi esposa
trabajaba y estudiaba su carrera profesional me convertí en un papá soltero, en
el sentido de que me daba tiempo para llevarlos a la escuela, los llevaba a
comer, asistía a las juntas escolares y a las actividades propias de cualquier
familia, pero enseñarlos a comer adecuadamente no fue mi fuerte.
Comíamos en muchos lugares de
comida rápida, fondas o restaurantes, tantas veces que siempre decía que el día
que comíamos en casa nos sentábamos a esperar a la mesera. Soy una persona que
no gusta de la mayoría de los vegetales y que generalmente como mucha carne,
por lo que estos fueron las hábitos alimenticios con los que educaba a mis
hijos. Afortunadamente cuando su madre se desocupo y los pudo atender
adecuadamente los reeduco mejorando su alimentación y de paso la propia
(también influyó mi sobrepeso y el diagnóstico de presión alta, además de la
edad).
Siempre he pensado que los ejemplos
pueden ser más ilustrativos que las palabras y los siguientes son algunos de
los recuerdos que tengo con mis hijos que me parece que los ayudaron a forjarse
como unos ciudadanos responsables en lo que hacen:
Cuando mi hijo tenía unos 2 años
estábamos en el mercado de compras y él iba sentado en el carrito, como todo
niño estaba inquieto y todo quería, así que le acerque un gansito y se lo di
para que se entretuviera. Soy enemigo de consumir algo antes de pagarlo, así que
no lo destape, y el empezó a jugar con el pan de tal manera que lo deshizo todo
pero dentro del paquete. A la hora de pagarlo, la cajera cuando vio el gansito
me dijo que podía cambiarlo porque no estaba en buen estado, a lo cual me negué
y le pedí que me lo cobrara que al final el niño se lo va a comer con una
cuchara. Nunca consumimos nada antes de pagarlo.
También siendo pequeño, andábamos
en una plaza comercial y el niño dejo caer un papel de un dulce en el piso, le
dije que lo recogiera pero el señor encargado de la limpieza me comento que lo
dejara que estaba chiquito, y entonces le dije el niño debe aprender que la
basura tiene un lugar. Hasta cuando salimos del cine, recogemos nuestras
charolas y las ponemos en su lugar.
En otra ocasión, tuve la oportunidad
de acompañar a mi hijo a un nacional de béisbol en la ciudad de Navojoa, y en
el día de asueto nos fuimos al cine junto con mi hija, dos años más chica que
él, le pregunte a la cajera cuando era el costo por los tres y me dijo que 150
pesos por lo que le entregue un billete de 200 y ella me regreso ¡150 pesos! Le
comente a la muchacha que me agradaba como trataban al turista y le mostré el
dinero que me devolvió a lo cual la joven un poco molesta me dijo que estaba
bien el vuelto, se lo volví a mostrar y entonces se dio cuenta de su error. Ya
mayor, mi hijo y yo estábamos en mercado pagando el mandado y de pronto me
dijo: la cajera cobro una botella de agua pero es un paquete de seis por lo
cual cuando le comente a la muchacha nos dio las gracias. Me parece que fue una
lección aprendida.
Tuve la oportunidad de entrenar a
mis hijos (a Samuel y a Perla) en el béisbol y desde pequeños les inculque el
sentido de la responsabilidad. Los equipos los conformaba con niños que no
sabían jugar pero tenían las ganas de hacerlo a pesar de sus debilidades en el
juego. Nos apaleaban casi todos los equipos pero aprender a amar el deporte, el
compañerismo y sentirse útiles era la recompensa. Recuerdo en especial un día
en el que mi hijo amaneció enfermo, de forma curiosa cada que su cuerpo se
estiraba le daba fiebre y dolores en el cuerpo, y entonces le dije que teníamos
que ir al campo (los demás niños lo tomaban como el líder a seguir) y le
prometí que si se completaba el equipo no jugaría. Me parece que ese día fue
uno de sus mejores juegos y se negó a que lo pusiera en la banca. Mi señora y
yo nunca faltamos al trabajo al menos que estemos incapacitados, y eso nuestros
hijos lo han visto desde pequeños, hay que amar lo que hacemos.
Por cierto una vez me sorprendió mi
hija ya adolescente cuando me dijo me siento mal, pero por tu culpa voy a ir a
la escuela, me hiciste demasiado responsable.
Debemos recapacitar en cómo hemos
educado a nuestros hijos, acabo de leer un anuncio en el Facebook para
reflexionar que dice “antes de criticar a los muchachos de ahora analicemos a
los padres de ahora; lo primero es resultado de lo segundo. Y tú, ¿Qué haces
por tus hijos?
Me gustaría leer tú opinión, puedes
escribirme al correo samuelgomez@uabc.edu.mx o en Facebook: Samuel Gómez Patiño
*Vicepresidente Educativo del Club
Toastmasters Ejecutivos de Tijuana
Licenciado y Maestro en
Administración de Empresas
Catedrático en la Facultad de
Contaduría y Administración, en Tijuana
Universidad Autónoma de Baja
California
No hay comentarios.:
Publicar un comentario