-Los conjurados
Ricardo Sigala
No sé en qué momento el miedo se
convirtió en uno de los ejes centrales de nuestra vida. Siempre se ha hablado
de que hay cosas que rigen la existencia de las sociedades modernas en su afán
de consolidación, algunos se refirieron a la estabilidad económica, la
realización social, la fe en una divinidad, los sentimientos de identidad, la
trascendencia biológica, el progreso. Algunos otros depositaban sus certezas en
la paz social o un régimen utópico y de justicia, en la democracia, lo que nos
garantizaría la consolidación del proyecto de civilización humana. También se
encontraron las manifestaciones de la contracultura para presentar
alternativas. Sin embargo, en pleno siglo XXI, en el periodo de la humanidad
con más desarrollo tecnológico, con más acceso a la información y la educación,
con más producción de alimentos, y de más generación de la riquezas nos
encontramos con que una de las marcas más profundas en nuestra vida cotidiana
es el miedo.
El miedo, que ha sido
históricamente usado por los regímenes autoritarios para ejercer y mantener el
poder, que había sido atribuido a la ignorancia y a la falta de educación,
ahora se ha convertido en el eje en torno al que giran nuestras vidas. Los
ricos tienen sus grandes miedos, los pobres también, no se diga los miserables.
Pero también existe el miedo de género, las mujeres son potenciales víctimas de
agresión en todos los ámbitos, al igual que las más diferentes minorías. El
miedo nos ha invadido de tal forma que nuestra forma de vida y nos induce a
tomar medidas contra él, entonces compramos seguros de vida y de desempleo,
instalamos protecciones en nuestras casas, alarmas en nuestros autos, blindamos
nuestras tarjetas de crédito, alertamos a nuestros familiares de posibles
extorsiones telefónicas, instalamos cámaras, creamos cotos de vivienda,
cercamos los espacios públicos, pagamos seguridad privada, acusamos a los
extranjeros de nuestros problemas o auguramos el apocalipsis ante un posible
cambio de paradigma. Sin embargo eso no contribuye a quitarnos el miedo.
Pensadores contemporáneos se han
detenido a reflexionar sobre esta nueva condición. Uno de ellos es Marc Augé.
En su libro Los nuevos miedos, de
2013, el francés aventura que estos conductas, características de nuestro
tiempo, nacen de “formas de violencia relativamente inéditas” y más que
significativas porque incluso los países más desarrollados están expuestos a
ella. El filósofo habla de tres categorías de violencia que son responsables de
los miedos que nos agobian: las violencias económicas y sociales,
particularmente en el campo empresarial; las violencias políticas y por último
las violencias tecnológicas.
Resulta en verdad paradójico que
los ámbitos que deberían ser las herramientas para la realización de la
humanidad, como son el trabajo, la política y la tecnología, se hayan volcado
en contra de la tranquilidad y la paz de los individuos, que la esperanza de un
mundo mejor se hay convertido en el yugo de todos los días.
Hace más diez años, en una ciudad
de Europa del Este, vi un gran bunker convertido en un moderno centro
comercial. En la época soviética el bunker era la representación de un
inminente ataque nuclear, el búnker era un símbolo del miedo, y era también una
forma de control. Ahora nuestras ciudades se han convertido en grandes centros
comerciales, en donde vivimos asediados por las violencias de las que habla
Argé, ciudades que son en verdad grandes búnkers, que por lo demás no logran
darnos la tranquilidad.
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