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José
Luis Vivar
En el
mes de diciembre la proliferación de películas relacionadas con el tema de la
Navidad es abundante. De ahí que algunas sean vistas con especial cariño,
porque, esta temporada es un remanso para la sociedad: celebrar el nacimiento
de Jesús brinda una esperanza de que vendrán tiempo mejores, sobre todo en
algunos estados de nuestro país donde la violencia es lo que se vive cada días.
Pero
así como hay buenas historias también abundan las que no son más que un
pretexto mercantilista para promover el consumismo (llámese en estos tiempos
regalos), o la cursilería elevada a la décima potencia. Es decir, la Navidad es
en sí mismo un género más, y por ello es la comercialización obliga a ofrecer
cada temporada invernal varias cintas alusivas, ¡ojo!, no al espíritu del
cristianismo y lo que representa, sino más bien al modo de vida estadounidense:
Santa Claus, reuniones familiares, y moralinas edulcoradas.
Entre
lo más reciente de las producciones navideñas se encuentra precisamente La
Navidad Perdida (Lost Christmas, John Hay, 2011), de manufactura británica y
cuyo estreno a las salas cinematográficas de nuestro país nunca llegó a
estrenarse. La razón es sencilla, se trata de una producción menor y con un
cuadro actoral modesto. Sin embargo, la historia es interesante y dista mucho
de ser la típica película navideña.
En
Manchester, Richard (Larry Mills), es un niño de escasos diez años que
despierta en Navidad y corre a la sala para darse cuenta que sus padres le han
obsequiado un cachorrito. Sus progenitores y su abuela -una pobre mujer con
síntomas de Alzheimer-, se divierten al ver la reacción del pequeño.
Entusiasmado con la propuesta que le hace su padre de salir a pasear con la
nueva mascota, se apresura a cambiarse.
Pero oh
sorpresa, papá tiene una llamada de emergencia y debe ir a cumplir con su
deber. El coraje y la frustración se apoderan del pequeño, quien en un acto de
rebeldía le esconde las llaves del vehículo a su desesperado padre, que antes
de darse por vencido le pide a su esposa que lo lleve a donde lo han citado.
Este
simple acontecimiento propicia que ambos pierdan la vida en un accidente de
tráfico. A partir de ese momento la vida del pequeño Richard cambia en un año:
vive con su abuela y su perro, y las novedades son que le apodan Goose (ganso),
y es un raterillo, cuya mercancía vende a un tipo llamado Frank (Jasson
Fleming), auténtico perdedor y alcohólico.
Lo que
viene a interrumpir esta rutina de altibajos, pues no todos los días Goose
consigue un botín atractivo, es la inesperada aparición de un sujeto misterioso
llamado Anthony (Eddie Lizard), a quien le disgusta la nieve y tiene un don que
causa asombro: con solo tocar la mano de una persona adivina quién es y cuál es
la pérdida más grande que ha tenido.
En una
de sus visitas a la casa de Frank, el pequeño Goose pierde a su perro y de esa
forma conoce a Anthony, y éste a su vez conocerá al bribón de Frank. La
relación entre estos tres personajes trae consigo una serie de acontecimientos
dramáticos, pues lo que más lamenta el niño es la desaparición de su mascota y
de su socio, una primera edición El Príncipe Feliz, de Oscar Wilde, cuyo valor
está por arriba de los 40 mil dólares.
Para el
pequeño Goose el reto es devolver una pulsera que robó a una anciana hindú, y
de esta forma recuperar a su perro. Para Frank, hallar el libro significará un
encuentro con su esposa e hija que abandonó tiempo atrás. Esto a simple vista
parece fácil, pero no, no lo es.
La
relación de los objetos perdidos con personas que a su vez han tenido también
pérdidas, no de cosas materiales sino de seres que amaban hacen de esta
película una historia inteligente donde no hay cabida para el sentimentalismo
sino para el si hubiera. A pesar de su corta edad, Goose es un chico que sufre
por lo que su arrebato de ira provocaría en el futuro. Aquí queda claro cómo un
simple acontecimiento puede cambiar todo, y lo peor en un instante.
Pero
como en el fondo se trata de la Navidad, el gesto de Anthony es conmovedor, con
tal de la que vida fluya en una corriente de armonía, y los errores queden como
parte de la condición humana de que están hechos todos los personajes quienes
han tenido y sufrido una pérdida.
Sin
proponérselo el director John Hay y David Logan, presentan una historia que
brinda un homenaje a Charles Dickens, debido a que el planteamiento y el
desenlace de esta cinta nos remiten a Cuento de Navidad (Christmas Carol,
1843), que a su vez ha tenido infinidad de versiones teatrales y
cinematográficas.
Solo
que en Navidad Perdida el personaje principal no es un anciano avaro, amargado
y dispuesto a destruir a quien se le ponga enfrente, sino se trata de un niño
precoz, aunque su vida delincuencial está salpicada de maldad y de rencor hacia
la sociedad que le quitó a su progenitores.
Entre
tantas películas, algunas clásicas y otras no tanto, Navidad Perdida es una
buena opción, advirtiendo al espectador que no aparece Santa Claus ni arbolitos
navideños en cuya base hay montones de regalos. Es más bien una propuesta
sencilla e inteligente de ver la Navidad desde otro punto de vista. De alguna
forma al final queda la inquietud de saber si alguien se encontrara a Anthony
podría ayudarle a recobrar eso que ha perdido, dejando en claro que las
consecuencias de recuperación muchas veces no son lo que se espera.
SINOPSIS
Título original
Título original
Lost
Christmas
Año
2011
Duración
90 min.
País
Reino
Unido
Director
John Hay
Reparto
Eddie Izzard, Jason Flemyng, Larry Mills, Brett Fancy, Connie Hyde, Sorcha Cusack
Sinopsis
Goose
(Larry Mills) es un niño huérfano de 10 años que un día de Navidad, en la calles
de Manchester, conoce a Anthony (Eddie Izzard), un hombre misterioso y extraño
con poderes psíquicos capaz de descubrir lo que alguien ha perdido. Con la
esperanza de recuperar a su perro, el chico le pide al hombre que lo ayude a
hacer algo bueno sin imaginar quién es en realidad su nuevo amigo.
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