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martes, 6 de diciembre de 2016

La compañía de las liendres

>Los conjurados

 


Ricardo Sigala


Entre sus festejos por el treinta aniversario, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara ha dedicado un programa a los nuevos valores literarios que resuenan en América Latina, lo ha denominado “Ochenteros” y en él seleccionó a 20 escritores latinoamericanos de 13 países, nacidos entre 1980 y 1989, en la misma década que la FIL. Cuatro son los mexicanos que aparecen en el programa y entre ellos se encuentran los dos más recientes ganadores del Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola: Óscar Guillermo Solano, 2015, y Pedro J. Acuña, 2016. Este dato nos habla de la relevancia que ha adquirido el premio en sus primeros quince años en el estímulo y reconocimiento a los escritores que se están haciendo de un lugar en la narrativa breve en nuestro país. Un premio por el que han pasado escritores que terminaron consolidando su carrera como Julián Herbert y Luis Bernardo Pérez, que este año ha recibido el Premio Gran Angular, sólo por mencionar un par de ejemplos. Desde mi condición de espectador y testigo, de lector, considero que los premios son una obra en colaboración, una relación recíproca: las instituciones convocantes ofrecen estipendios, publicaciones y promoción de los autores; por otra, parte son los escritores ganadores los que le van dando (o no) el prestigio a dichos concursos. Hasta ahora he visto en el Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola esa reciprocidad, ojalá que esta obra en colaboración continúe dando frutos. 



Hace poco menos de tres meses se dio a conocer que Pedro J. Acuña había sido el ganador de la edición número 15 del Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola. Las notas periodísticas hicieron énfasis en dos puntos a partir del acta del jurado: que la obra ganadora poseía una “gran factura estilística” y que tocaba temas “de una realidad convulsa”, el libro con el que Acuña obtuvo este premio es La compañía de las liendres.


En 2015 Pedro J. Acuña dio una primera muestra de lo que puede hacer con un género tan exigente como el cuento. Publicó en el Fondo Editorial Tierra Adentro su volumen titulado Metástasis McFly. En él ya percibíamos ciertos rasgos de la identidad literaria del joven autor: un manejo elegante y preciso del lenguaje que es el germen de una aguda inteligencia dirigida a la ironía, una vocación de explorador en las modalidades que proporciona el género breve, y una voluntad de reescribir y redimensionar diversas tradiciones: desde la película Volver al futuro, hasta personajes como Lázaro, Santa Claus y un híbrido de Sócrates-Diógenes, textos que dejan en el lector un muy buen sabor de boca y algunos resultan en verdad memorables.

Este segundo libro de Pedro J. Acuña, La compañía de las liendres, cumple con las expectativas generadas en su primera entrega, incluso en algunos sentidos las supera. Si Metástasis McFly elude los defectos de una opera prima, en este su segundo libro percibimos la consolidación de una voz y la manifestación de un oficio cada vez más logrado. Los ocho textos que lo conforman dan visos de una escritura madura, algunas de estas piezas resultan más que significativas: “Enjambre”, “Nuestra madre”, “La cara que pintó el diablo” y el que da título al conjunto son ejemplos bien logrados del proyecto creativo del autor.

El trabajo de Pedro J. Acuña se caracteriza por una transparencia en la escritura, el lector navega por esas aguas en apariencia tranquilas, hasta que súbitamente se ve atrapado por una vorágine que tiene su origen en la serie de preocupaciones obsesivas que van a caracterizar el libro: la indagación sutil en asuntos en apariencia triviales como las relaciones de parentesco, los vínculos de pareja, la enfermedad como estigma.  Es en este contexto que sucede su exploración en torno a los mecanismos enigmáticos que mueven a los individuos: pensemos en el deseo, el amor, el rencor, el odio, el sin sentido de la vida, el desapego, el desencanto.

            Acuña nos cuenta historias extraordinarias, pero su mérito no es el de impresionar a la manera del cuento fantástico o asustar al estilo del texto de terror, sino el de sumergirse en las zonas más abisales de la conciencia humana. Una niña que se ve invadida por una especie de plaga de liendres que de a poco la van parasitando, sirve para reflexionar sobre el maltrato infantil y la fragilidad de los vínculos familiares, particularmente los maternos. El recuerdo de una madre asociado a un molusco de tentáculos eróticos y amenazantes esconde el enigma del rechazo de los hijos hacia su madre ya muerta. Un cuerpo femenino constituido a base de alimañas invertebradas es la ocasión para reflexionar sobre el amor y el deseo, sobre la seducción del riesgo y la muerte latente. Un esperpento acosado por las deformaciones que lo aíslan del mundo es el pretexto para poner sobre la mesa la discusión sobre el bien y el mal asociados a la belleza y a la fealdad. Actos de canibalismo y asesinatos en serie son el escaparate para asomarse al precipicio de la condición humana.

Técnicamente La compañía de las liendres no es menos complejo, aquí conviven los tratamientos emparentados con el texto policiaco, abundan las técnicas narrativas asociadas al cine, las puestas en abismo vertiginosas, la problemática de la abolición de la frontera entre realidad y ficción. Los primeros cuentos son una especia de arte convinatoria respecto al uso de los animales como símbolo: bichos, moluscos, gallinas, parásitos se muestran como conflictuadas reconstrucciones kafkianas. Uno de los textos es una especie de historia clínica en grabadora que recuerda al Foster Wallace de Entrevistas breves con hombres repulsivos. En su diversidad el libro sugiere que el escritor se divierte al fraguar sus textos, la experiencia sin duda es compartida por el lector.

Algo de fábula terrible subyace en las páginas de este libro, personajes inquietantes y situaciones perturbadoras campean en él; pero estas características no tendrían ninguna importancia sin la elaboración y el cuidado que Pedro J. Acuña pone en la construcción de cada una de las piezas, cada uno de los pasajes, en cada fraseo. La compañía de las liendres ejerce esa vocación confabulante que supone que la literatura es mucho más que contar historias complacientes para distraerse del mundo. La literatura para Acuña es un intento de explorar en las cosas que vemos a diario, pero en las que no pensamos lo suficiente. Un asomarse al desconocido que somos todos nosotros.


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