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martes, 13 de diciembre de 2016

En el Tepeyac, María de Guadalupe se quedó con nosotros



Pbro. J. Alfredo Monreal Sotelo


Después de 75 días de asedio, el 13 de agosto de 1521, caía en manos de los españoles la ciudad capital Tenochtitlan, defendida con heroísmo y valentía por sus pobladores. Esto significó para los indígenas mexicanos pasar a la condición de vencidos y ser entregados en encomienda a quienes ahora se convertían en los nuevos dueños de estas tierras. La conquista fue dolorosa para el indígena, pues se transformó la cultura en todas las dimensiones y eso le exigió adaptación. En pocos años se redujo la población de manera impresionante por la guerra y las enfermedades, el exceso de trabajo y la tristeza. Es en este contexto en el cual aparece la figura solidaria de Santa María de Guadalupe.




Era sábado 9 de diciembre de 1531, según narra el Nican Mopohua (la narración más antigua de las apariciones guadalupanas, escrita en náhuatl y traducida al español), cuando Juan Diego (hoy santo), un indígena del pueblo de Cuautitlán, se dirigía a Misa y a recibir la doctrina de los padres de Tlatelolco en la Ciudad de México. Al momento de pasar por el cerrito conocido como el Tepeyac, se le apareció la Virgen de Guadalupe y le pidió que llevara un mensaje al Obispo, que en ese entonces era fray Juan de Zumárraga. La Madre del Cielo, le dijo:

«Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador en quien está todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores».

Inmediatamente Juan Diego se dispuso a cumplir el encargo, dirigiendo sus pasos hacia el Obispo de la Ciudad de México, con quien se encontró no sin dificultad. Ante la incredulidad recibida regresó desanimado, indicándole a la Virgen que mejor eligiera a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado para que le creyeran porque él se sentía un hombrecillo, un cordel, una escalerilla de tablas, una hoja y gente menuda. La Virgen lo escuchó y le pidió que de nuevo fuera a llevar su mensaje al Obispo, quien en esta segunda ocasión le pidió a Juan Diego una señal para poder creerle. En la tercera aparición la Madre del Cielo escuchó la solicitud que le hicieron a Juan Diego y lo invitó a que al día siguiente pasara a recoger la señal.

El lunes, Juan Diego desanimado por los rechazos y por la enfermedad de su tío Juan Bernardino evade el encargo. Más bien, su preocupación fue la de ir en busca de un sacerdote que viniera a confesar y a disponer a su tío que se encontraba en peligro de muerte; por eso eligió un camino diferente al ordinario. La Virgen de Guadalupe le sale a su encuentro, se le aparece por cuarta vez, le da la noticia de la salud de su tío Juan Bernardino, con quien también se hizo presente, y lo anima a que lleve la señal que pedía el Obispo.

Era martes 12 de diciembre. Había que recoger la prueba en un lugar y en un tiempo donde sólo se daban nopales, espinas y mezquites. Juan Diego se encontró con hermosas rosas de Castilla las cuales cortó y envolvió en su blanca manta. Pero eso no era todo, pues la prueba principal fue la misma Imagen de la Virgen de Guadalupe que apareció en la tilma cuando dejó caer las rosas a los pies del Obispo. Esta imagen existe en nuestros días y se encuentra en su santuario del Tepeyac.

Desde aquí podemos considerar algunas ideas: el 12 de diciembre de 1531, se da el encuentro solidario de una Madre que cubre con su manto protector a un pueblo golpeado que sufre marginación. La Morenita del Tepeyac no eligió el color de los poderosos conquistadores sino de aquellos que fueron conquistados. La Virgen de Guadalupe eligió poner su morada en medio de sus hijos mexicanos; Ella desde ese día comenzó a caminar junto a su pueblo, formando parte importante de la historia: María se hizo mexicana y los mexicanos nos hicimos guadalupanos. Por eso, de la Virgen se dijo aquella frase: No hizo cosa igual a otra nación.

En nuestros tiempos, la devoción a la Virgen de Guadalupe ha crecido y se ha extendido. Los Obispos latinoamericanos la mencionan como modelo de Evangelización perfectamente inculturada; por eso la invocamos como estrella de la primera y nueva Evangelización que nos impulsa a la misión, para anunciar la Buena nueva de Jesús. Santa María de Guadalupe como una madre buena nos invita a ser hermanos unos de otros, a vivir la solidaridad con el que sufre, con el que no tiene lo necesario para vivir, a cuidar la cultura y las tradiciones heredadas por nuestros antepasados que nos dan identidad como pueblo. Y ella con su ejemplo nos anima a seguir forjando a nuestro alrededor la vida de comunidad y la paz.

                                                                                              

  

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