Pbro.
J. Alfredo Monreal Sotelo
Después
de 75 días de asedio, el 13 de agosto de 1521, caía en manos de los españoles
la ciudad capital Tenochtitlan, defendida con heroísmo y valentía por sus
pobladores. Esto significó para los indígenas mexicanos pasar a la condición de
vencidos y ser entregados en encomienda a quienes ahora se convertían en los
nuevos dueños de estas tierras. La conquista fue dolorosa para el indígena,
pues se transformó la cultura en todas las dimensiones y eso le exigió
adaptación. En pocos años se redujo la población de manera impresionante por la
guerra y las enfermedades, el exceso de trabajo y la tristeza. Es en este
contexto en el cual aparece la figura solidaria de Santa María de Guadalupe.
Era
sábado 9 de diciembre de 1531, según narra el Nican Mopohua (la narración más
antigua de las apariciones guadalupanas, escrita en náhuatl y traducida al
español), cuando Juan Diego (hoy santo), un indígena del pueblo de Cuautitlán,
se dirigía a Misa y a recibir la doctrina de los padres de Tlatelolco en la
Ciudad de México. Al momento de pasar por el cerrito conocido como el Tepeyac,
se le apareció la Virgen de Guadalupe y le pidió que llevara un mensaje al
Obispo, que en ese entonces era fray Juan de Zumárraga. La Madre del Cielo, le
dijo:
«Sabe y
ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen
María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador en quien está
todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un
templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa,
pues yo soy vuestra piadosa Madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores
de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír
allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores».
Inmediatamente
Juan Diego se dispuso a cumplir el encargo, dirigiendo sus pasos hacia el
Obispo de la Ciudad de México, con quien se encontró no sin dificultad. Ante la
incredulidad recibida regresó desanimado, indicándole a la Virgen que mejor
eligiera a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado para que
le creyeran porque él se sentía un hombrecillo, un cordel, una escalerilla de
tablas, una hoja y gente menuda. La Virgen lo escuchó y le pidió que de nuevo
fuera a llevar su mensaje al Obispo, quien en esta segunda ocasión le pidió a
Juan Diego una señal para poder creerle. En la tercera aparición la Madre del
Cielo escuchó la solicitud que le hicieron a Juan Diego y lo invitó a que al
día siguiente pasara a recoger la señal.
El
lunes, Juan Diego desanimado por los rechazos y por la enfermedad de su tío Juan
Bernardino evade el encargo. Más bien, su preocupación fue la de ir en busca de
un sacerdote que viniera a confesar y a disponer a su tío que se encontraba en
peligro de muerte; por eso eligió un camino diferente al ordinario. La Virgen
de Guadalupe le sale a su encuentro, se le aparece por cuarta vez, le da la
noticia de la salud de su tío Juan Bernardino, con quien también se hizo
presente, y lo anima a que lleve la señal que pedía el Obispo.
Era
martes 12 de diciembre. Había que recoger la prueba en un lugar y en un tiempo
donde sólo se daban nopales, espinas y mezquites. Juan Diego se encontró con
hermosas rosas de Castilla las cuales cortó y envolvió en su blanca manta. Pero
eso no era todo, pues la prueba principal fue la misma Imagen de la Virgen de
Guadalupe que apareció en la tilma cuando dejó caer las rosas a los pies del
Obispo. Esta imagen existe en nuestros días y se encuentra en su santuario del
Tepeyac.
Desde
aquí podemos considerar algunas ideas: el 12 de diciembre de 1531, se da el
encuentro solidario de una Madre que cubre con su manto protector a un pueblo
golpeado que sufre marginación. La Morenita del Tepeyac no eligió el color de
los poderosos conquistadores sino de aquellos que fueron conquistados. La
Virgen de Guadalupe eligió poner su morada en medio de sus hijos mexicanos;
Ella desde ese día comenzó a caminar junto a su pueblo, formando parte
importante de la historia: María se hizo mexicana y los mexicanos nos hicimos
guadalupanos. Por eso, de la Virgen se dijo aquella frase: No hizo cosa igual a
otra nación.
En
nuestros tiempos, la devoción a la Virgen de Guadalupe ha crecido y se ha
extendido. Los Obispos latinoamericanos la mencionan como modelo de
Evangelización perfectamente inculturada; por eso la invocamos como estrella de
la primera y nueva Evangelización que nos impulsa a la misión, para anunciar la
Buena nueva de Jesús. Santa María de Guadalupe como una madre buena nos invita
a ser hermanos unos de otros, a vivir la solidaridad con el que sufre, con el
que no tiene lo necesario para vivir, a cuidar la cultura y las tradiciones
heredadas por nuestros antepasados que nos dan identidad como pueblo. Y ella
con su ejemplo nos anima a seguir forjando a nuestro alrededor la vida de
comunidad y la paz.
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