Cuando el poeta Antonio Gamoneda
(Oviedo, España, 1931), surgió del elevador al fondo de la sala de espera del
hotel, pareció que atrás de su figura revoloteaban palomas. Pero en realidad de
él venían los vuelos de su poesía contenida en una casi infinita nómina de
títulos: Sublevación inmóvil (1960), Blues castellano (1961-1966), Edad (1947-1986), Esta luz. Poesía reunida (1947-2004), Extravío en la luz (2009) y Canción
errónea (2012).
Vino, caminando firme y de manera
elegante como su manera de vestir, a sentarse en los muelles sillones del lobby
y las palomas se concentraron en su persona, en su tierna mirada. De su pausada
y profunda voz brotó el viejo sabio que hay en él.
A pesar de su edad —ya ha cumplido
ochenta y cinco años— se le mira entero y afable. Vino a Guadalajara para ofrecer
un seminario (“Naturaleza de la poesía: origen, pensamiento y lenguaje”), a
participar en la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar con su ponencia
“Función y pensamiento poéticos en la narrativa de Julio Cortázar” y también
para abrir el Salón de la Poesía en la Feria Internacional del Libro de
Guadalajara.
Gamoneda es esencialmente poeta, sin
embargo, también ha escrito y publicado ensayo y narrativa, una vasta obra que
hemos leído, pero lo pudimos sentir de manera completa cuando respondió las
preguntas.
Usted reescribe mucho su
obra: ¿reescribir el poema es volver a la experiencia que lo provocó?
Mucho, mucho. Yo me reservo el derecho
de reescribir indefinidamente y, claro, debe ser que no hay una conformidad,
digamos, con el producto; hay otra cosa también: que yo no considero que la
escritura —la poética—, sea inamovible. Yo creo que los tiempos modifican a las
personas, al poeta incluido, por qué no van a modificar también al poema. Como
resultado ocurre que en mis ediciones hay algunos poemas que permanecen igual,
pero en buena parte van cambiando de manera sucesiva en cada edición. Por otra
parte, yo pienso que el núcleo generador del chispazo poético, digámoslo así,
permanece. Pero, claro, en el poema no existe sólo ese núcleo, sino que hay otras
circunstancias que le acompañan al núcleo, y esas circunstancias son las que
suelen modificarse más. También puede darse un cambio fuerte en lo que estoy
llamando el “núcleo” del poema. Es menos frecuente, pero puede suceder: ya un
vuelco, creería yo histórico, en la propia conciencia del autor y aquel
chispazo que vino de una manera impensada —hace cinco años o cincuenta— ahora
tiene otra luz, otras connotaciones y lleva consigo otras adherencias, y el
poeta, respetando el impulso generativo del poema, trata de hacerlo actuar,
viviente…
Su poesía es muy
reflexiva, ¿es la experiencia de lo pensado superior a lo sentido?, ¿o sentir y
pensar en usted se da a un mismo tiempo?
La poesía es un pensamiento muy
particular, a tal punto que yo digo que es un pensamiento impensado, lo cual es
una paradoja, pero doy a entender que no hay una conciencia reflexiva previa a
la aparición de eso que estoy llamando “el núcleo poemático”, sino que hay
algunos elementos que sí están en el poeta, ciertamente de una manera subyacente.
Yo suelo decir: que no sé lo que digo hasta que lo veo escrito. Mejor que lo
digo yo, lo decía Juan de Yepes, o sea, Juan de la Cruz, quien nos decía que
“la poesía es un no saber sabiendo”, entonces me parece que no cometo demasiado
disparate si yo hablo de un pensamiento impensado. Es una antinomia mucho más
clara, sencilla y modesta que la de Juan de la Cruz, pero obedece a una misma
manera de entender el curso generativo de la poesía, pero el poeta no lo sabe,
lo sabe cuando se lo dice el propio
poema.
Su obra mantiene latente
un sentido social, entonces ¿la poesía es para usted una forma de camino para
expresar acontecimientos sociales también? ¿Es un canto social?
El pretexto del poema puede ser un
acontecimiento social, aunque será algo que no sea propiamente el
acontecimiento, será algo impensado por el poeta lo que se convierta en
temática del poema. Pero el poeta es un ser humano, es un ciudadano, vive y
sufre y goza de las mismas cosas, de gracias y de los mismos placeres que los
demás y soporta las mismas injusticias, y sin necesidad de proponérselo ese ser
humano va a escribir en la tonalidad de que se corresponde con ese sufrimiento,
y puede haber incluso, ciertamente, protesta en su escritura; mas no es —como
le decía— ni una reflexión previa, ni un proyecto deliberado; y si es, no suele
dar buenos resultados para la poesía, porque el poeta se comporta como
cualquier componente de la naturaleza: de toda la naturaleza, no sólo de la
humana. Los astros dan luz, los alimentos alimentan y tienen un determinado
sabor, los animales se comportan de acuerdo a su escala zoológica… el poeta
tiene igual unos componentes que le distinguen —un poquillo— del resto de los
seres humanos. Sólo un poquillo: no es una distinción demasiado grandiosas y ni
definitivas. Tiene unas facultades que no son muy frecuentes, pero por
casualidad las tiene. El poeta se comporta con la naturalidad que conviene a su
especie, a su naturaleza. Los humanos hemos creado conciencia en nosotros
mismos y conciencia también de la circunstancia social. Y de lo que es bueno y
malo dentro de esa circunstancia. Todo eso entra en el poema, lo mismo que una
luz o un gozo.
La poesía es confesional,
esencialmente, ¿es también un diario íntimo?
Yo no me atrevería a decir eso… parece
que debiera serlo. El ser humano es mutante: hoy tiene miedo a la muerte;
mañana no tiene ese miedo a la muerte. Hoy ama a una persona y mañana la ama
pero menos. O todo lo contrario. No hay una conducta ni exterior ni íntima que
se ajuste a un decálogo, a una forma establecida o presentida. El poeta es,
frecuentemente, un cómplice y hasta productor de la contradicción… la
contradicción vive, incluso, en el poeta, quizás dolorosamente. Eso mismo
también se da en el resto de las personas, claro, pero en el poeta tiene la
particularidad de que luego se convierte en unas palabras con algunas virtudes
especiales, o en una escritura correspondiéndose con esas palabras vitales que
hace que le preguntemos más por estas cosas; pero no: la conducta del poeta es
como casi todos los individuos que, no sé si para bien o para mal, somos todos
contradictorios, fieles o infieles… somos todos así.
La poesía nos reconcilia,
¿lo reconcilia a usted también?
Algo hay de eso. Aunque podríamos
matizarlo. La poesía es, de alguna manera, liberadora y consoladora. Si el
poeta está enemistado consigo mismo, parece que a partir de ahí se
reconciliase. Esa es una mecánica que la conocen muy bien los psicoanalistas y
que la conoce muy bien, parece, la Iglesia católica: el llamado sacramento de
la confesión es liberador. Uno dice ¡Uff!,
y se libera de ella. El pueblo lo dice mejor en un refrán que dice: “Quien
canta, su mal espanta”. Hay, en la exteriorización de la culpa una liberación y
por tanto una reconciliación consigo mismo…
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