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lunes, 19 de diciembre de 2016

Algunos viajes inesperados

 




Del libro colectivo Carillón  (Tinta Fresca, Colectivo de Artistas Integrales, 2016), que fue presentado hace exactamente una semana en Guadalajara, he elegido al azar algunas de las prosas que bajo el título Viajes inesperados escribí en noviembre de 1997 con enorme asombro y temor por motivos que no viene al caso explicar ahora, pero que quizás el posible lector descubra si recorre las líneas que a continuación siguen y que comparto después de casi veinte años.




RECONSTRUCCIÓN

Desde los ventanales del edificio en donde me encuentro, observo los lentos y delicados trabajos de la reconstrucción. A un año de haber sido evacuada por considerarse peligrosa su habitación, ahora realizan labores en los cimientos de la Inclinada Torre.

En una de sus esquinas, cuatro hombres sostienen una conversación: a sus espaldas montículos de tierra. Miran hacia la excavación —la imagen me recuerda las zonas arqueológicas de Medio Oriente—: se dicen cosas que no escucho: mueven sus manos rompiendo el invisible viento. El lento sol cae en sus cuerpos. Crea sombras, multiplicándolos.

De pronto descubro a sus pies una frágil escalera de madera que emerge de lo profundo. Me inquieta sólo el recordarlo: en un sueño me he visto bajar infinitas veces por un pasaje igual que da al Centro de la Tierra: atravieso oscuros pasillos y bajo interminables escaleras metálicas. Toda la noche —así lo siento en el sueño— el asedio de alguien que nos persigue —voy siempre acompañado por distintas personas— me provoca el miedo que dura hasta el amanecer. Y ahora mismo vuelve: como el polvo que levanta el paso del hombre que cruza la Zona Restringida de la Inclinada Torre. Y su vuelo me exige que mire hacia la avenida, en donde el anuncio del McDonald’s se eleva e interrumpe la mirada hacia el descompuesto horizonte.



EL CIRCO

I
Han vuelto los hombres del circo. En el campo en donde con extraordinaria armonía física trabajan, ya está el andamiaje. Su ritmo, su armonía, su coordinada labor, que realizan por ahora siete hombres únicamente, me recuerda definitivamente que así debe ser el trabajo literario, sobre todo el narrativo, en específico el novelístico.

II
Pronto volveré a ver maravillas: las labores en el levantamiento de la carpa siempre traen imágenes extraordinarias, llenas de perfección y constante sorpresa: al menos para mí, que desde hace más de cinco años sigo con lujo de detalles la llegada, el armado, y después el desmantelamiento.

Siempre la maravilla de la escritura: siempre el ritmo de la vida que debe seguir...


LAS MARAVILLAS DE LA DESTRUCCIÓN

Los hombres han continuado la reconstrucción de la Torre Inclinada. Trajeron maquinaria pesada y pusieron al descubierto los cimientos. Han aumentado de volumen los montículos de tierra en la Zona Restringida. Y de pronto aparecen caravanas con cargamentos...

A veces, cuando cruzo el pasillo del edificio en que trabajo, he imaginado que en algún claro momento del día, cuando todos los que aquí laboran salen a sus casas, pueda caer y provocarse una de las peores tragedias de la historia de Eutropia.

(¿Y qué tal si fuera de noche: cuando el silencio es un muro que describe mejor al mundo? Todo sería en verdad una maravilla. La gente tendría ahora sí un tema interesante de qué hablar. Tendrían algo nada superfluo qué contarle a sus futuros nietos. Tendrían la esperanza de vivir mucho años para poder darles su versión de los hechos a las generaciones de hombres que no miraron la caída de la Torre Inclinada. Dejarían de vivir tan tontamente —como han vivido...)


LA PESADILLA

A mi casa viene el Gran Gurú. Viene a despedirse ya que su fin está próximo. Me encuentra acompañado de un amigo. El Gurú nos saluda y nos dice que el cáncer lo acaba, que ya no tiene remedio, que su fin...

Miro entonces su rostro: sé que no está triste, que ha vivido sus ochenta años dignamente. Está más bien feliz. Pero. Su rostro demacrado es insufrible.

Abusando de su amabilidad, mi amigo le pide permiso para leerle un poema. Él escucha con atención. Nos mira. Como me es inevitable, yo busco en el arcón. Regreso a la mesa cuando algo dice el Gran Gurú. Le digo que si puedo leerle un poema. Asiente, amable. Me pongo los anteojos. Comienzo. Me equivoco. Pido disculpas y vuelvo a comenzar. Me pongo más nervioso. Me equivoco. Pido disculpas y logro avanzar apenas dos líneas. Le suplico que me perdone, que estoy muy nervioso. Que.

Ahora es él quien habla: —De las líneas que he podido adivinar digo que no  estoy de acuerdo con la conjunción copulativa e.

Se levanta de la mesa: sale y se pierde en la oscuridad.


ZANATES

Algo se dicen uno al otro.
En el jardín de niños, bajo el rehilete de metal, una parvada de zanates bebe agua. Los miembros honorarios de este sanedrín se pasean inquietos. Desconfiados. Amenazantes. Se miran uno al otro. Se miran en el espejo de agua: se contemplan largamente.
Igual que los Poetas y los Escritores de Eutropia…


UNA TIENDA [AZUL] ÁRABE

De las aguas del lago que forma la carpa —extendida en círculo en el llano polvoso—, emerge mágica una tienda [azul] árabe. Los hombres trabajan silenciosos: caminan por sobre las olas que se forman. Desde aquí se miran como un sueño: irreales ante el mundo material que los circunda...


LA CARPA DEL CIRCO

Desde aquí, la tienda del circo: imponente. Con seguridad los hombres que la desplegaron como velas de una embarcación, trabajaron toda la tarde y la noche de ayer. Me gusta tanto el ritmo en los quehaceres humanos; la musicalidad del trabajo; el imparable movimiento; el curso de la vida. Donde apenas estaba hace unos días un campo yermo y sin chiste, ahora se alza una grandiosa carpa de circo. Mañana, sin duda, cubrirán la circunferencia y estará todo dispuesto para que lleguen los animales, los artistas. Pronto todo esto se cubrirá de gente.

Yo quiero estar aquí para mirarlo todo…

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