Noé Guadalupe Rodríguez
San
Rodrigo Aguilar Alemán: el evangelio nos enseña que ser discípulo de Jesús es
seguirlo, aunque en determinados momentos de la vida ese seguimiento nos exija
cargar con la cruz, porque Jesús vino a enseñarnos con su vida lo que es el
amor y la entrega a los demás borrando cualquier tipo de egoísmo, Jesús es más
que un modelo de vida para aquellos que han tenido un encontró real, vivo con
él, su seguimiento esta fundamentados en los valores de una verdadera vida de entrega, no importa
que este sea una muerte, incluso una muerte en la cruz, por defender aquello
que nos alimenta el alma.
Entre
los mártires mexicanos canonizados se distingue por ser auténtico discípulo de
Jesús el señor cura Rodrigo Aguilar, él nació el 13 de marzo de 1875 en Sayula
Jalisco, siendo hijo de Buenaventura Aguilar y de Petra Alemán.
A los
16 años ingreso al seminario auxiliar de Zapotlán el Grande, Jalisco, (Ciudad
Guzmán), en donde siempre fue un alumno disciplinado, cumplido y ejemplar, y se
distinguió por su destacado aprovechamiento intelectual. Cultivo la prosa y la
poesía con gran talento literario, sus escritos eran publicados en los
periódicos de Ciudad Guzmán, tenía como tema `principal la religión, la cultura
cristiana y los acontecimientos de la parroquia.
Recibio
el orden sacerdotal el 4 de enero de 1905 en el santuario de Nuestra Señora de
Guadalupe en Guadalajara, y comenzó su labor pastoral donde su amor por la
santa Eucaristía, su devoción a la santísima Virgen María y su recogimiento en
el rezo diario del oficio divino, animado por su ferviente deseo por la
evangelización y además su preocupación por la formación y fomento de círculos
de estudio, fiel administrador de los sacramentos a sanos a enfermos, hicieron
que los diferentes lugares donde desempeño su labor, tratando de construir el
evangelio en el día a día dando testimonio de vida acercando a sus discípulos
al amor fraterno del Padre Celestial haciéndoles presente un pequeña parte del
reino de Dios.
Su
primer destino fue San Pedro Analco en Jalisco, vicaría La Yesca, Nayen donde
se dedicó a administrar los sacramentos Huicholes, posteriormente fue
trasladado como vicario en Lagos de Moreno, Atotonilco el Alto, Cocula, Sayula
y Zapotiltic siempre en el estado de Jalisco. En 1923, con la muerte del Señor
Cura, recibió el nombramiento de párroco interno de Zapotiltic, más tarde
realizo un viaje a Tierra Santa y con sus impresiones y vivencias escribió el
libro titulado “Mi viaje a Jerusalén”. A su regreso fue nombrado párroco
interno de Unión de Tula, a partir del 20 de marzo de 1925. El 20 de enero de
1927 tuvo que Salir huyendo de dicha comunidad, porque una semana antes habían
ido aprehenderlo por ser sacerdote y no negar los sacramento según la Leyes del
presidente Calles. Se fue a un racho cercano, donde pasó la noche bajo techo;
pero la misma persona que le dio asilo lo denunció, por lo que, al darse cuenta
de lo sucedido, emprendió el camino a Ejutla, llegando dicha población un 26 de
enero.
En este
lugar estuvo en el Colegio de San Ignacio en calidad de refugiado y con valor
cristiano administraba los sacramentos en los corredores del Colegio celebraba
la misa siempre que podía y rezaba su oficio y el rosario. Asimismo, recibía a
sus feligreses de Unión de Tula atendiéndolos en sus necesidades espirituales.
El 27 de octubre de 1927 el padre Rodrigo se encontraba en el convento de las
madres adoratrices, donde fungía como sinodal en el examen de latín que
presentaba el seminarista José Garibay. En estos momentos llegaron a Ejutla un
batallón de las fuerzas federales, comandadas por el general Juan Izaguirre y
otro agrarista dirigido por Donato Aréchiga, los habitantes del poblado,
dejando casas y posesiones, huyeron en gran número a las montañas para
refugiarse en barranca y cuevas.
Un
grupo de federales fue directamente al convento de las adoratrices, cuya
superiora estaba gravemente enferma. Además del señor cura Rodrigo estaban
dentro otros dos sacerdotes un profesor seglar del seminario y algunos
seminaristas. Al darse cuenta de la llegada de los federales todos huyeron por
la puerta de campo del convento y brincando al potrero lograron escapar. Como a
las cinco de la tarde cuando lo condujeron al seminario y lo dejaron en el
pasillo con varios centinelas. Algunos testigos presenciales vieron el gran
gozo que manifestaban ante la cercanía del martirio. Al llegar a la plaza
central del pueblo se detuvieron bajo un grueso y alto árbol de mango. En una
rama fuerte hicieron los soldados una lazada con la cuerda el Señor cura tomó
en su mano la soga con la que lo iban a colgar, la bendijo, perdono a todos y
regalo su rosario a uno de ellos.
Luego
de colocarle en el cuello la soga, uno de los militares, le pidió que gritara
¡Viva el supremo gobierno! Grítalo y te perdono la vida, le pregunto de manera
altanera ¿Quién vive? A lo que el señor cura contesto con voz firme ¡Cristo rey
y santa María de Guadalupe! Tiraron de la soga y el sacerdote quedó en el aire,
se le bajó y de nuevo se le hizo la misma pregunta, sin vacilar, respondió por
segunda vez: ¡Cristo Rey y santa María de Guadalupe! Se le subió y bajó de
nuevo. Por tercera vez se le preguntó: ¿Quién vive? Esta vez arrastrando la
lengua y con menos fuerza respondió ya agonizante ¡Cristo Rey y santa María de
Guadalupe! Fue suspendido nuevamente del suelo y su alma volvió al creador al
recibir la palma del martirio. El cuerpo amaneció colgado del árbol de la plaza
central.
El
pueblo había quedado casi vacío, pues el general Izaguirre había amenazado con
incendiarlo por ser refugio de cristeros. Los soldados se dedicaron al saqueo;
del convento se llevaron los ornamentos, la custodia y los vasos sagrados,
además de imágenes sagradas que luego quemaron. Cinco años después se exhumaron
los restos del señor cura y se depositaron en un crucero del templo parroquial
de Unión de Tula, donde se veneran desde entonces.
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