Noé Guadalupe Rodríguez
La
auténtica vocación cristiana se manifiesta en la total disponibilidad para
seguir a Cristo aún en tiempos difíciles como lo vivió nuestra patria entre los
años 1926 a 1929, durante la persecución que se vivió durante las leyes del
presidente Calles, como en los artículos anteriores lo hemos comentado. Esta
disponibilidad la encontramos en el Padre San Justino Orona Madrigal, que nació
en Cuyacapán, municipio de Atoyac en estas tierras del Sur de Jalisco, el 14 de
abril de 1877, hijo de José María Orona y de María Inés Madrigal.
Realizó sus estudios en la escuela primaria parroquial de Zapotlán el Grande
Jalisco, dejando un poco la adolescencia manifestó su deseo de consagrarse al
servicio de Dios, y del prójimo, con el apoyo del párroco de Atoyac, Secundino
Ortiz, ingreso al seminario de Guadalajara el 25 de octubre de 1894. Durante el
tiempo el tiempo de su formación del seminario se distinguió por su dedicación
al estudio, así como por su espíritu de piedad, buen trato con sus compañeros y
excelente conducta. Recibió el orden sacerdotal el 7 de agosto de 1904.
Ejerció
su ministerio únicamente en el estado de Jalisco: como vicario en Lagos de
Moreno, San Pedro Analco, Pegueros y Guadalajara ya partir de noviembre de 1912
como Señor Cura en Pocitlán, Encarnación de Díaz y Cuquío. Toda su vida
ministerial nos muestra su entrega generosa, responsable, llena de fe y amor a
ejemplo del buen pastor dedicado al servicio del pueblo a él encomendado. En
Cuquío la misión de atender a un pequeño grupo de seminaristas durante los años
de persecución, y estaba alerta para acudir a los enfermos y administrar los
sacramentos, sin importar el riesgo, la hora ni mucho menos la distancia.
El
pueblo entero conoció y admiró su humildad, su espíritu de servicio y su
fortaleza, su fidelidad en el cumplimiento de su deber, era bondadoso, amable
con todos, la gente lo recibía con gusto. Era tanto su amor a la parroquia de
San Felipe en Cuquío, que cuando arrecio la persecución su compañero de
ministerio, Padre Antonio Guzmán, le aconsejaba insistentemente que se
ausentara de ella, pero el señor cura le contesto diciendo "yo entre los
míos, vivo o muerto", en su diario, el Padre Toribio Romo, que también fue
vicario en Cuquío hasta septiembre de 1927, relata como la constante persecución
que él y el párroco Orona tuvieron que soportar: "subimos a lo más espeso
del monte, dejando los caballos ensillados... nos repartimos unas tortillas
frías y una cecina, no podíamos prender lumbre para no descubrirnos a los
federales... con espuela y ropa nos recostamos en un colchón de hojas secas
caídas de los árboles... eso de ser perseguido es tan duro... se sufre tanto,
tanto". y así entre tantos peligros y continúas escondidas, el señor Cura
y su nuevo Vicario, el padre Atilano Cruz, se trasladaron al rancho de Las
Cruces, distante de Cuquío, pero alguien le aviso al presidente municipal,
señor José Ayala, donde se encontraban los Sacerdotes.
El
presidente municipal de Cuquío tenía enemistad con el señor cura, debido a que
se había separado de su legítima esposa y llevaba vida marital con una sobrina
carnal, con quien procreó dos hijos, los niños crecieron y él presidente no
permitía que se les bautizara, pero un día que el señor Ayala estaba fuera del
pueblo, la mamá de los niños se los llevó al templo y pidió para sus hijos el
bautismo y el señor cura los bautizó, al enterarse, dijo encolerizado que el
cura tendría que pagar muy caro lo que había hecho con sus hijos y contra su
voluntad. El sábado 30 de julio de 1928, a la media noche, salió de Cuquío el
presidente Ayala con un grupo de soldados en persecución del señor cura y el
padre Cruz: poco después de las 2:00 de la madrugada llegaron a la casa donde
estaban descansando y la rodearon para que nadie pudiera escapar. Luego la
allanaron y golpearon con fuerza la puerta de la habitación donde dormían el
señor cura Orona, su hermano José María y el padre Atilano.
El
Cura, sin inmutarse, abrió la puerta y saludo a sus perseguidores diciendo
¡viva Cristo Rey! Ayala, que traía una lámpara de mano, dirigió la luz a la
cara del señor cura; al reconocerlo, descargo sobre de él su pistola,
haciéndolo caer herido de muerte, mientras tanto los soldados se precipitaron
contra el señor José María y el Padre Atilano, que arrodillado sobre la cama,
se encomendó a Dios y lo mataron también. Los tres cadáveres fueron llevados a
Cuquío atravesados sobre los lomos de unos burros, como el burro que
trasportaba el cuerpo del señor cura era bajito, sus manos y sus pies fueron
arrastrando por el camino y llegaron muy destrozados, la huella de sangre que
dejaban en la tierra era como su última bendición.
Al
llegar a Cuquío, los cuerpos fueron tirados en la plaza municipal ante el
llanto y la angustia de los vecinos, que, desafiando la prohibición y las
amenazas, depositaron en cajas los cuerpos y los acompañaron hasta la tumba con
cantos, oraciones y los gritos de ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de
Guadalupe! esto provocó que muchos los encarcelaran, pero el pueblo enardecido
exigió su libertad. Actualmente los restos de San Justino Orona Madrigal y San
Atilano Cruz Alvarado se encuentran en el templo parroquial de Cuquío, donde
son honrados y venerados por sus fieles.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario