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jueves, 17 de noviembre de 2016

Martíres Cristeros: Padre Miguel de la Mora

Noé Guadalupe Rodríguez

Nació en Tecalitlán, Jal. (Diócesis de Colima), el 19 de junio de 1878, en el seno de una familia campesina, numerosa y profundamente cristiana. Pasó su niñez en el rancho del Rincón del Tigre, en donde se aficionó a la tierra, a sus frutos, al ganado, y llegó a ser un buen jinete. Como su padre murió, su hermano Regino lo llevó a vivir con él a Colima; enterado de los deseos de Miguel, de ser sacerdote, lo inscribió en el seminario. Fue ordenado sacerdote en 1906 en la ciudad de Colima. El P. Miguel desarrolló su ministerio sacerdotal en Tomatlán, en la Catedral de Colima, en la Hacienda de San Antonio, como párroco en Zapotitlán, donde ejerció su ministerio con dedicación, atento a las necesidades espirituales de sus fieles, dedicado especialmente a la catequesis. En mayo de 1918 regresó nuevamente a la catedral de Colima. Su trabajo en catedral no le impedía visitar a los enfermos. Fue Director Diocesano de la Propagación de la Fe a favor de las misiones y director espiritual del colegio de niñas La Paz.






Al P. Miguel de la Mora, así como al Sr. Obispo y todos los sacerdotes de la región, les tocó vivir una época de conocida como la Guerra Cristera en la que se  vivió la persecución por parte de las autoridades gubernamentales. Colima fue una de las regiones de profunda convicción cristera, verdadero dolor de cabeza para el Gobierno del Estado y el de la federación que golpeaban sin parar a la Iglesia e intentaban por todos los medios amordazar las libertades civiles y religiosas. Se distinguía en ello su gobernador, Francisco Solórzano Béjar. La Iglesia, el clero y sus fieles no se quedaron callados. Pero la obcecación hostil e insensata del gobernador quiso poner en práctica, con todos los medios que la violencia le sugería, las nuevas leyes antirreligiosas del Presidente Elias Calles.

El gobierno de Colima no reconocía la autoridad de los Obispos, ni la del Papa, de nada valieron las protestas del obispo Mons. Amador Velasco. El gobernador firmó la ley el 24 de marzo de 1926 determinando los delitos en materia religiosa y estableciendo las penas a los infractores. Entre otras cosas estableció en 20 el número de sacerdotes permitidos en todo el Estado, orden que no fue aceptada por la Iglesia. El gobierno nunca logro apresar al Obispo, que no abandonó su territorio, sino que vivió arropado por su mismo pueblo. Ante estas situaciones, el Obispo de Colima ordenó en abril la suspensión pública de celebraciones de la Santa Misa, como lo haría tres meses después todo el episcopado mexicano. Como consecuencia, el Obispo y todos los sacerdotes fueron procesados sin excepción. Algunos fueron desterrados, otros se ocultaron y otros tomaran las armas.

El gobernador no sólo pretendía aplicar las disposiciones de aquellas leyes claramente injustas contra todo derecho natural, sino también las sanciones correspondientes para quienes no las cumpliesen. El Padre Miguel se escondió para seguir ejerciendo su ministerio en la clandestinidad. Se negó a salir de la ciudad hacia su pueblo natal donde hubiese encontrado refugio seguro. Un día fue reconocido por su vecino de casa, el general Flores, el cual lo detuvo. Le ordenó que abriera el culto en la catedral adhiriéndose a una iglesia cismática promovida por el gobierno. Pero el sacerdote se mantenía siempre fiel a su Obispo y al Papa. El general Flores con otros militares lo hacía traer a su presencia y se mofaba de él y del padre Carrillo otro sacerdote que habían aprendido.

Ante tanta presión, el Padre Miguel decidió escapar, salió de Colima en la madrugada del 7 de agosto de 1927, en compañía de un hermano suyo y del padre Sandoval. Iría al Rincón del Tigre y se quedaron en una Estancia, en donde los esperaban unos mozos con caballos en los que continuaron su viaje hasta llegar a Cardona, donde trataron de tomar el desayuno. En Cardona alguien lo reconoció como sacerdote y esto bastó para que un agrarista lo detuviese, y así, presos, los llevaron a Colima para entregarlos a los federales. Los agraristas no supieron que su acompañante, el padre Sandoval, era sacerdote también. Por esa razón se desentendieron de él y pudo huir. Tampoco detuvieron a los mozos, pero sí a su hermano Regino.

La hora del martirio: el sacerdote tuvo que viajar a pie desde Carmona, en medio de los agraristas, quienes ocuparon los caballos de los sacerdotes. Llegó muy cansado a la ciudad. Era casi medio día. Los agraristas los llevaron al cuartel, ahí, el general Flores, en tono de burla le dijo: “¿Qué está haciendo aquí el padrecito?”, a lo que él respondió: “Pues aquí me tienen”, repuso el general: “Pues ahora se lo van a llevar”, y de inmediato ordenó el fusilamiento de los dos hermanos.

Los soldados le ordenaron que caminara hacia la caballeriza del cuartel, entonces el padre sacó su rosario y se puso a rezar. Le ordenaron se recargará a la pared y, acto seguido, le dispararon. El capitán de la escolta dio el tiro de gracia. Regino, el hermano del padre, se defendió alegando que él no tenía ningún delito y no era sacerdote. Lo tuvieron preso por unos días, sólo después que pagó una multa lo dejaron libre. El general Flores se presentó en la casa de la hermana del Mártir y le dijo: “Acabo de fusilar a su hermano, mande a recoger su cuerpo”, y sin más entró en la habitación del Mártir para saquearla.

Enseguida corrió la noticia y la gente corrió a recoger el cuerpo para velarlo. El general y sus soldados no les dejaron. En un carro fúnebre fue llevado al panteón, en donde parece que algunos familiares pudieron obtener el cuerpo y sepultarlo de prisa. Aquél 7 de agosto de 1927, quedaba escrito en la historia de los Mártires el nombre de aquel sencillo, humilde, caritativo, servicial y fiel sacerdote, Miguel de la Mora y de la Mora. En 1942 fue exhumado y enterrado en la cripta de los mártires de la catedral de Colima. Sólo se sabe que Miguel vivió en Tecalitlán hasta que hizo su Primera Comunión y después de haber recibido su instrucción escolar básica pasó el resto de su niñez y adolescencia en El Rincón del Tigre, en donde se aficionó a la tierra, a sus frutos, al ganado y a sus crías. El Padre Miguel fue un hombre sencillo, discreto, sincero y franco, trabajador, responsable y con una enorme piedad a la Eucaristía. El Padre Miguel tuvo una vida fiel al señor en las cosas pequeñas como condición para serle fiel en las cosas grandes.



EL DATO

El 21 de mayo del año presente, se cumplieron 16 años que fue declarado Santo el Padre Miguel de la Mora, en acontecimiento junto con otros 26 mártires de la Iglesia Mexicana, de los cuales tres pertenecen a la Diocesis de Ciudad Guzmán, Jutino Orona, Rodrigo Aguilar y Tranquilino Ubiarco. Actualmente México tienes 32 santos reconocidos por la Iglesia Catolica: Felipe de Jesús, Agustín Caloca Cortés, Atilano Cruz Alvarado, Cristóbal Magallanes Jara, David Galván Bermúdez, David Roldán Lara, David Uribe Velasco, Jenaro Sánchez Delgadillo, Jesús Méndez Montoya, José Isabel Flores Varela, José María de Yermo y Parres, José María Robles Hurtado, Julio Álvarez Mendoza, Justino Orona Madrigal, Luis Batis Sáinz, Manuel Morales, Margarito Flores García, Mateo Correa Magallanes, Miguel de la Mora de la Mora, Pedro de Jesús Maldonado Lucero, Pedro Esqueda Ramírez, Rodrigo Aguilar Alemán, Román Adame Rosales, Sabás Reyes Salazar,  Salvador Lara Puente, Tranquilino Ubiarco Robles, María de Jesús Sacramentado, Toribio Romo González, Juan Diego Cuauhtlatoatzin, Rafael Guízar y Valencia, María Guadalupe García Zavala, en este año
l 16 de octubre de 2016, a 16 años de la misericordia, de José Sanchez del Río.

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