Nació en Tecalitlán, Jal. (Diócesis de Colima), el 19 de junio de 1878, en el
seno de una familia campesina, numerosa y profundamente cristiana. Pasó su
niñez en el rancho del Rincón del Tigre, en donde se aficionó a la tierra, a
sus frutos, al ganado, y llegó a ser un buen jinete. Como su padre murió, su
hermano Regino lo llevó a vivir con él a Colima; enterado de los deseos de
Miguel, de ser sacerdote, lo inscribió en el seminario. Fue ordenado sacerdote
en 1906 en la ciudad de Colima. El P. Miguel desarrolló su ministerio sacerdotal
en Tomatlán, en la Catedral de Colima, en la Hacienda de San Antonio, como
párroco en Zapotitlán, donde ejerció su ministerio con dedicación, atento a las
necesidades espirituales de sus fieles, dedicado especialmente a la catequesis.
En mayo de 1918 regresó nuevamente a la catedral de Colima. Su trabajo en
catedral no le impedía visitar a los enfermos. Fue Director Diocesano de la
Propagación de la Fe a favor de las misiones y director espiritual del colegio
de niñas La Paz.
Al P. Miguel de la Mora, así como al Sr. Obispo
y todos los sacerdotes de la región, les tocó vivir una época de conocida como
la Guerra Cristera en la que se vivió la persecución por parte de las
autoridades gubernamentales. Colima fue una de las regiones de profunda convicción
cristera, verdadero dolor de cabeza para el Gobierno del Estado y el de la
federación que golpeaban sin parar a la Iglesia e intentaban por todos los
medios amordazar las libertades civiles y religiosas. Se distinguía en ello su
gobernador, Francisco Solórzano Béjar. La Iglesia, el clero y sus fieles no se
quedaron callados. Pero la obcecación hostil e insensata del gobernador quiso
poner en práctica, con todos los medios que la violencia le sugería, las nuevas
leyes antirreligiosas del Presidente Elias Calles.
El gobierno de Colima no reconocía la autoridad
de los Obispos, ni la del Papa, de nada valieron las protestas del obispo Mons.
Amador Velasco. El gobernador firmó la ley el 24 de marzo de 1926 determinando
los delitos en materia religiosa y estableciendo las penas a los infractores.
Entre otras cosas estableció en 20 el número de sacerdotes permitidos en todo
el Estado, orden que no fue aceptada por la Iglesia. El gobierno nunca logro
apresar al Obispo, que no abandonó su territorio, sino que vivió arropado por
su mismo pueblo. Ante estas situaciones, el Obispo de Colima ordenó en abril la
suspensión pública de celebraciones de la Santa Misa, como lo haría tres meses
después todo el episcopado mexicano. Como consecuencia, el Obispo y todos los sacerdotes
fueron procesados sin excepción. Algunos fueron desterrados, otros se ocultaron
y otros tomaran las armas.
El gobernador no sólo pretendía aplicar las
disposiciones de aquellas leyes claramente injustas contra todo derecho
natural, sino también las sanciones correspondientes para quienes no las
cumpliesen. El Padre Miguel se escondió para seguir ejerciendo su ministerio en
la clandestinidad. Se negó a salir de la ciudad hacia su pueblo natal donde
hubiese encontrado refugio seguro. Un día fue reconocido por su vecino de casa,
el general Flores, el cual lo detuvo. Le ordenó que abriera el culto en la
catedral adhiriéndose a una iglesia cismática promovida por el gobierno. Pero
el sacerdote se mantenía siempre fiel a su Obispo y al Papa. El general Flores
con otros militares lo hacía traer a su presencia y se mofaba de él y del padre
Carrillo otro sacerdote que habían aprendido.
Ante tanta presión, el Padre Miguel decidió
escapar, salió de Colima en la madrugada del 7 de agosto de 1927, en compañía de
un hermano suyo y del padre Sandoval. Iría al Rincón del Tigre y se quedaron en
una Estancia, en donde los esperaban unos mozos con caballos en los que
continuaron su viaje hasta llegar a Cardona, donde trataron de tomar el
desayuno. En Cardona alguien lo reconoció como sacerdote y esto bastó para que
un agrarista lo detuviese, y así, presos, los llevaron a Colima para
entregarlos a los federales. Los agraristas no supieron que su acompañante, el
padre Sandoval, era sacerdote también. Por esa razón se desentendieron de él y
pudo huir. Tampoco detuvieron a los mozos, pero sí a su hermano Regino.
La hora del martirio: el sacerdote tuvo que
viajar a pie desde Carmona, en medio de los agraristas, quienes ocuparon los
caballos de los sacerdotes. Llegó muy cansado a la ciudad. Era casi medio día.
Los agraristas los llevaron al cuartel, ahí, el general Flores, en tono de
burla le dijo: “¿Qué está haciendo aquí el padrecito?”, a lo que él respondió:
“Pues aquí me tienen”, repuso el general: “Pues ahora se lo van a llevar”, y de
inmediato ordenó el fusilamiento de los dos hermanos.
Los soldados le ordenaron que caminara hacia la
caballeriza del cuartel, entonces el padre sacó su rosario y se puso a rezar.
Le ordenaron se recargará a la pared y, acto seguido, le dispararon. El capitán
de la escolta dio el tiro de gracia. Regino, el hermano del padre, se defendió
alegando que él no tenía ningún delito y no era sacerdote. Lo tuvieron preso
por unos días, sólo después que pagó una multa lo dejaron libre. El general Flores
se presentó en la casa de la hermana del Mártir y le dijo: “Acabo de fusilar a
su hermano, mande a recoger su cuerpo”, y sin más entró en la habitación del
Mártir para saquearla.
Enseguida corrió la noticia y la gente corrió a
recoger el cuerpo para velarlo. El general y sus soldados no les dejaron. En un
carro fúnebre fue llevado al panteón, en donde parece que algunos familiares
pudieron obtener el cuerpo y sepultarlo de prisa. Aquél 7 de agosto de 1927,
quedaba escrito en la historia de los Mártires el nombre de aquel sencillo,
humilde, caritativo, servicial y fiel sacerdote, Miguel de la Mora y de la
Mora. En 1942 fue exhumado y enterrado en la cripta de los mártires de la
catedral de Colima. Sólo se sabe que Miguel vivió en Tecalitlán hasta que hizo su
Primera Comunión y después de haber recibido su instrucción escolar básica pasó
el resto de su niñez y adolescencia en El Rincón del Tigre, en donde se
aficionó a la tierra, a sus frutos, al ganado y a sus crías. El Padre Miguel
fue un hombre sencillo, discreto, sincero y franco, trabajador, responsable y
con una enorme piedad a la Eucaristía. El Padre Miguel tuvo una vida fiel al
señor en las cosas pequeñas como condición para serle fiel en las cosas
grandes.
EL DATO
El 21 de mayo del año presente, se cumplieron 16 años que fue declarado Santo el Padre Miguel de la Mora, en acontecimiento junto con otros 26 mártires de la Iglesia Mexicana, de los cuales tres pertenecen a la Diocesis de Ciudad Guzmán, Jutino Orona, Rodrigo Aguilar y Tranquilino Ubiarco. Actualmente México tienes 32 santos reconocidos por la Iglesia Catolica: Felipe de Jesús, Agustín Caloca Cortés, Atilano Cruz Alvarado, Cristóbal Magallanes Jara, David Galván Bermúdez, David Roldán Lara, David Uribe Velasco, Jenaro Sánchez Delgadillo, Jesús Méndez Montoya, José Isabel Flores Varela, José María de Yermo y Parres, José María Robles Hurtado, Julio Álvarez Mendoza, Justino Orona Madrigal, Luis Batis Sáinz, Manuel Morales, Margarito Flores García, Mateo Correa Magallanes, Miguel de la Mora de la Mora, Pedro de Jesús Maldonado Lucero, Pedro Esqueda Ramírez, Rodrigo Aguilar Alemán, Román Adame Rosales, Sabás Reyes Salazar, Salvador Lara Puente, Tranquilino Ubiarco Robles, María de Jesús Sacramentado, Toribio Romo González, Juan Diego Cuauhtlatoatzin, Rafael Guízar y Valencia, María Guadalupe García Zavala, en este añol 16 de octubre de 2016, a 16 años de la misericordia, de José Sanchez del Río.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario