Víctor Hugo Prado
Me había resistido a hacer algún comentario
respecto al triunfo de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos en
ese martes negro. Un triunfo no previsto, que en México no se creía posible,
nadie lo tomó en serio. ¿Cómo un loquito, provocador, hablador, estruendosos,
amenazador, desfasado, iracundo podría ser presidente de la república de la
nación más poderosa del mundo?. No, eso era probabilísticamente hablando,
imposible. Fuimos sorprendidos, hemos llegado a un punto en las sociedades en
que las certezas son mitos.
Hemos llegado a un momento en el que el estatus quo
deja de serlo, con la elección de Trump por primera vez que no llega a la
presidencia un político profesional como lo es la señora Clinton. Llegó un
empresario empoderado, con un discurso diferente, de recuperación de los
valores que le dieron una configuración a la nación americana, quizá de aquella
que exterminó a los pieles rojas, para apoderarse de sus grandes extensiones de
tierra.
Ahora los nuevas pieles rojas son los musulmanes y
los latinos: los mexicanos, cubanos, guatemaltecos, nicaragüenses, hondureños,
colombianos, en fin los que han llegado y seguirán llegando tras el sueño
americano, que en su teoría, quitan oportunidades a sus compatriotas. Para
recuperar el territorio perdido hasta ahora, en el discurso, Trump va contra
ellos, por tres vías: una es sacar a tres millones de personas, los que tengan
antecedentes criminales, pandilleros, traficantes de drogas. La segunda vía es
dejarlos, pero en la cárcel; basta tarea tendrá, pues aparte de construir un
muro tendrá que construir un importante número de prisiones. La tercera es
impedirles entrar, para eso habrá un colosal muro, indignante y ominoso.
El problema de los migrantes en Estados Unidos no
solo es de ellos, es el nuestro, recordemos que si se han ido, y si han
traspasado la frontera es porque en México no encuentran las oportunidades de
vida digna como el empleo, la salud, la educación, entre otros. La gente va a
dónde las haya.
Por ello, el reto para México es mayúsculo, por un
lado, para recibir a los deportados, seguro los habrá, hoy mismo el diario
Milenio señala que el número de deportados en el periodo del presidente Obama
fueron dos millones, en promedio equivale a 685 por día durante ocho años. Para
los deportados hay que generar las fuentes de empleo necesarias, pero además
generarlas para quienes se van incorporando a la vida económica activa.
Las instituciones del Estado mexicano deben tomar
muy en serio el escenario y desplegar las medidas económicas, políticas,
legales y diplomáticas necesarias para reducir el impacto de las medidas que
impulse Trump. Ser reactivos si, pero también anticiparnos. Las posturas deben
ser clara y contundentes, no al muro con recursos públicos de los mexicanos,
pero tampoco que vayan a parar a los bolsillos de “duartes” o “padreses” o
sátrapas de ese estilo. El triunfo de Trump representa salir de la zona de
confort y redimensionar la estructura productiva, educativa, económica, social,
de valores, cultural de México y los mexicanos. Hay ejemplos de naciones que
han salido adelante frente a la más grave adversidad, ejemplos son Alemania y
Japón. En México Se puede.
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